Buenos Aires y Montevideo

I.
Ayer crucé en barco el Río de la Plata. El viaje me hizo recordar las ‘cajas con cosas dentro’ de Víctor. Revuelvo en ellas para asegurarme de que no estoy mezclando recuerdos y compruebo que, efectivamente, en abril de 2005 él hacía este mismo camino pero a la inversa, dejando atrás Uruguay para venir a Buenos Aires y asistir al BAFICI. La página cero de su cuaderno dice “Me gusta hacer viajes muy largos en tren e ir al cine en países extranjeros”.

II.
Cuando por fin me decido a preguntar después de unos 15 minutos cercando las cuadras de Yaraguanón y Ejido, el dependiente del kiosko me explica que la sala principal está justo detrás de mí, a unos cuantos metros en esa misma acerca. Es decir, he pasado por delante tres veces, tres, sin advertir que tras de ese andamio está la Cinemateca uruguaya.

Subo las escaleras y me recibe un hall iluminado con luz baja donde atienden el mostrador dos mujeres. Tras preguntarles por la programación y coger uno de los folletos, me atrevo a tantear: “es que yo conocí este sitio por una película…” y la sonrisa de una de ellas, que empieza a asentir de inmediato, me dice que somos muchos los que hemos pasado por aquí gracias a La vida útil. Según me explica, el film fue rodado en las tres sedes: esta, Cinemateca 18 (Avenida 18 de Julio, 1280), en la sala Cinemateca (Lorenzo Carnelli, 1311) y en la sede de Pocitos (Chucarro, 1036). También me cuenta que ahora mismo están pintando un gran mural que viste toda la fachada y quizá por eso he tardado tanto tiempo en localizar el edificio. Al salir constataré que, una vez retiren el andamiaje, será imposible que pase desapercibida. Compro una entrada para Phantom Boy que empieza en cinco minutos, a las 17.55h.

Lo primero que uno advierte al entrar a la sala es su austeridad. Voy inventariando las butacas desencajadas, el cuero rojo agrietado, los escalones irregulares que te llevan hacia la platea… Trato de esquivar esta fascinación por lo decrépito, tan cinematográfica, para dejar paso a una observación más precavida pero durante la proyección me resulta difícil no mirar de vez en cuando a un lado y a otro. El lugar parece embalsamado y cuando salgo al exterior me sorprende que Montevideo continúe fuera, teniendo lugar.

A ocho cuadras me espera la sala de Lorenzo Carnelli, con un aspecto más moderno. Una de las señoras que conocí en la otra sede está atendiendo ahora esta taquilla y hace una broma al verme entrar por la puerta. Dentro, ya está en marcha la proyección de Johnny Guitar (Mujer pasional se titula aquí) y reconozco la voz grave de Vienna. Al oírla me acuerdo de una pieza que dejé sin terminar en la que trataba de fundir la conversación más icónica de esta película con las posteriores referencias a ella que hicieron otros directores, agrandado ese aura de mito cinéfilo. En su momento el montaje me pareció incompleto, pero al llegar a casa y verlo otra vez siento que es suficiente, aunque tan solo se traten de unos segundos. Escuchar la conversación al otro lado del teléfono, como quien escucha al otro lado de la puerta en un cine de un país extranjero.

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III.

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