Bs. As. y Patti

Mi último domingo en Madrid traté de reproducir el ritual de la manera más exacta posible, aunque el cansancio por trasnochar el día anterior me impidió tener la energía suficiente para disfrutarlo. Fui a los cines Princesa recorriendo el camino habitual, el itinerario más largo a través de Ópera para desembocar en el Palacio Real y cruzar Plaza España. Al llegar me sorprendió la cola que atravesaba la Plaza de los Cubos. Cuando llegué a la ventanilla, la sesión para Manchester frente al mar estaba agotada y el resto de películas o bien ya habían empezado o lo harían en un par de horas. Decepcionada, salí culpándome por no haber previsto mejor la tarde.

Eché a andar sin saber muy bien hacia dónde, teniendo claro que no quería regresar a casa pero sintiendo el frío instalado entre mi cuerpo y el forro roto del abrigo gris. Terminé entrando en una librería cercana. A la derecha del local se estaba celebrando algo así como un club de poesía y unas diez o doce personas, sentadas en corro, conversaban sobre un libro del que no pude escuchar el título. En la parte izquierda, al fondo, había una máquina de café y un par de mesas libres. Todavía no había decidido qué libro subiría al avión para entretenerme durante las 12 horas de vuelo, así que di una vuelta por la sección de novedades por si me surgía alguna idea, y entonces recordé haber leído un buen comentario acerca de Éramos unos niños, de Patti Smith. Le pregunté por él al dependiente, que fue directo a una de las estanterías móviles y a los pocos segundos me acercó un ejemplar. Traté de hacer un café por mi cuenta pero la cápsula de leche se quedó atascada. Con vergüenza, regresé al mostrador para pedirle ayuda al librero. Mientras él arreglaba mi estropicio, un niño de poco más de un metro apareció como un vendaval corriendo entre las mesas. Le reconocí de inmediato y supe que Javier Rebollo estaría cerca. Llegó poco después, cuando su hijo ya estaba desordenando los libros del estante más bajo. No pareció reconocerme y tampoco yo me atreví a presentarme. Meses antes nos habíamos intercambiado un par de correos para fijar la entrega de un dvd. Me llamó la atención que en todos sus mails había varias erratas, como si tecleara siempre con mucha prisa. Eso contrastaba con el carácter metódico que yo le había asignado a raíz de una entrevista con Santiago Racaj, pero casaba perfectamente con la imagen del escritorio de su portátil, tan caótico, que se mostró en una sesión de la Unión de Cineastas. Llegué a pensar que Rebollo cometía las faltas expresamente y en el fondo envidié su libertad a la hora de partir sílabas o inventar mayúsculas cada dos frases.

Hol

mañan

echamso

puee

HUmmmmmm

cone

lla

alrgaaaaaaaa´ndolo

M

enacanta

Cogí la taza de café, mi nuevo libro y me senté en la mesa más próxima a la ventana. «Yo estaba durmiendo cuando él murió. Había llamado al hospital para desearle las buena noches como siempre, pero la morfina lo había dejado inconsciente. Me quedé escuchando su respiración fatigosa, sabiendo que ya nunca volvería a oírlo.» Leí durante un buen rato y al consultar el reloj vi que me perdería también la siguiente sesión del cine. Volví a casa pasadas las diez. He olvidado si las maletas ya estaban en el salón o si seguían guardadas en el altillo del armario.

Dos semanas más tarde, sin abrigo y en sandalias, recuerdo todo esto frente al Cinema City de la Avenida Cabildo de Buenos Aires, al salir de ver Manchester frente al mar. A unas cuantas cuadras, en la cafetería Zurich, termino el libro de Patti. En la página 212 se lee: «Como dijo Rimbaud: «Paisaje nuevo, ruido nuevo»».

cinema city.jpg

3 Respuestas a “Bs. As. y Patti

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