A raíz de un texto que escribí sobre La tortuga roja terminé con una carpeta llena de capturas. En aquel artículo trazaba algunas referencias entre las imágenes de la película y varios trabajos pictóricos y fotográficos. Con suerte, a mi texto le acompañarían un par de aquellos fotogramas que había ido seleccionado durante el visionado, pero en mi escritorio reposaban dos docenas más. La lista de miniaturas con todos estos paisajes vaciados de cualquier figura humana enfatizaba aún más la soledad de la que habla el film de Michaël Dudok de Wit.

Sin embargo, a 31 de diciembre, estas mismas imágenes se impregnan ahora de otras sensaciones y la ristra de escenarios, con sus luces y sus sombras, parece dispuesta a hacer las veces de preludio. Puestos ahí, uno detrás de otro, los fotogramas me hacen recordar aquellos cuadernillos que usaba de pequeña y que presentaban una colección de fondos sobre los que podías dibujar y colorear lo que quisieras… Una estrategia escandalosamente ingenua pero que permite dejar la incertidumbre acerca del 2017 a un nivel aceptable e incluso placentero. Teniendo los fondos, ya solo hay que concentrarse en imaginar qué ocurrirá sobre ellos.