En el pasado festival de San Sebastián entrevisté a Céline Sciamma, directora de Girlhood. La charla salió publicada en el número de abril de Caimán Cuadernos de Cine pero me quedé con las ganas de encontrar las imágenes que acompañaran las palabras de esta cineasta cuya anterior película, Tomboy (2011), me había encandilado. Dado que ya han transcurrido varias semanas desde su estreno, entiendo que tengo vía libre para utilizar declaraciones y capturas sin que salte la alarma de los spoilers. Lo primero que me llamó la atención fue el convencimiento de Sciamma de que el cine, fuera del tamaño que fuera, tenía que ser «espectacular». Y es evidente que la producción ha crecido en este, su tercer largometraje, para conseguir extraer un brillo de los rostros de las actrices que no se corresponde tanto con su situación social como con la energía que guardan adentro, ese centelleo tan particular que parece exclusivo de la adolescencia.
Lo segundo que me interesaba especialmente de esta película (y lo que verdaderamente cuesta explicar sin utilizar las propias imágenes) era cómo trabaja la noción del paso del tiempo y las sucesivas transformaciones de la protagonista, Marieme. Más allá de los giros que sufren las tramas narrativas, la estructura y lo formal (planificación y composición) juegan un importante papel a la hora de narrar la evolución del personaje. Según avanza la historia, la cámara decide regresar al lugar que ya había ocupado para que las imágenes, por comparación, añadan significado a la escena. Así, no solo estamos viendo lo que ocurre en el presente, también estamos recordando lo que ya había sucedido antes…
Empezaremos diciendo que Girlhood es una película que muestra la pluralidad identitaria y, concretamente, la femenina:
Todo el proyecto consiste en demostrar lo plural que son estas chicas, no son una cosa ni una sola energía: hablan varias lenguas, pueden ser niñas, ancianas, felices, dramáticas… Quería que fuera todo lo complejo posible y jugar con esos contrastes.
A lo largo de la película, Marieme experimenta cinco transformaciones que vienen marcadas por elipsis, siempre introducidas por unos segundos de negro, y cuya aparición responde a un patrón matemático: cada veinte minutos.
Quería rechazar la idea de que una película pequeña, de autor, debe ser visualmente modesta. Cada metamorfosis que experimenta la protagonista tenía que ser un shock para el espectador, que sintiera incluso cierto placer.
Tras los dilatados segundos en negro llega la nueva Marieme o –como empieza a llamarse– la nueva Vic. ¿Cómo mostrarla? Empezando por la espalda (el nuevo peinado, la ropa diferente) y esperar el giro hacia la cámara…
…o comenzar por los pies (el calzado también cambia con ella) y subir al rostro
Siempre que estoy componiendo un plano pienso en cómo una cara entra y sale del encuadre.
Mi primera película fue un gesto inconsciente, la segunda un juego y en esta tercera quería ir a por todas (…) Retratar la vida de una manera más colorida y realmente comprometerme con el cine.
Se trata de amar los personajes y mirarles con todo tu cerebro y con todas las herramientas. Para mí el cine siempre tiene que ser espectacular: el simple hecho de mirar la cara de otra persona en una película tiene que ser espectacular.
A medida que el tiempo pasa y Marieme se va encontrando en nuevas encrucijadas, surgen planos cuya composición remite a otros precedentes: puede tener el brazo de su hermano al cuello –la amenaza–, o el collar de su amiga –la amistad–…
…también el amor y la atracción mutan, sin distinguir entre sexos, y las imágenes nos lo recuerdan: ella a la izquierda, a punto de besar a un chico; ella a la derecha, con el pelo corto y bailando con una chica…
Marieme prueba los nombres y el vestuario para redefinirse y encontrar su poder. Realmente es un personaje universal sobre la juventud y cuando eres joven se trata de probar qué puedes ser, de intentarlo todo. La controversia llega cuando intentas no encajar en lo que había sido pensado para ti, antes incluso de que tú lo hayas pensado.
A lo largo de la película abundan las panorámicas descriptivas y hay una en concreto que siempre nos lleva de la mano al cuerpo. Primero solo sus manos:
Más tarde, las manos de él sobre el cuerpo de ella:
Y finalmente, las de ella sobre el cuerpo de él:
Me llama la atención que en las películas la mujer nunca quiere tener sexo cuando, en realidad, a la mujer le gusta la espalda del hombre, su pene, su culo, ¡le gusta mirar! Es sin duda un problema de representación. Esta escena tenía que rodarse exactamente así para explicar sus deseos y sus necesidades.
Tras todos estos cambios, la película cierra el viaje en círculo, situando espacialmente a su protagonista en el mismo lugar pero emocionalmente en otro muy distinto…
Primero vemos a Marieme como una niña solitaria, luego tiene una identidad en una familia, después llega la identidad del grupo y más tarde la masculina. Y también puede tener amor, lo que significa matrimonio. Y a todo lo que puede tener dice que no. No creo sea una película sobre estar sola, sino sobre intentarlo todo.