Parecía que todo lo que se podía decir sobre Boyhood había quedado dicho en el momento de su estreno. Hubo textos de todo tipo (más metódicos, más personales), se mentó a Bazin, reapareció Ozu, se puso en contexto con la filmografía de Richard Linklater –en vídeo y por escrito– y se repasaron otros proyectos cinematográficos que también ambicionaban el registro del tiempo. Hubo pocas críticas negativas pero afortunadamente alguna hubo y fueron la pequeña nota discordante en ese bucle de halagos que se acabó formando en torno a la gran gesta de Linklater. Semanas después, ¿cómo volver a un recuerdo emocional cuando la propia palabra -emoción- ya está extenuada después de tanto trasiego? Leyendo el interesante artículo que Manu Yáñez escribió para Transit me pareció curioso que pidiera perdón por hablar de memoria: «aprovecho para pedir disculpas por todos los errores que puedan haber en las descripciones de los pasajes de una película que solo he podido ver una vez.» Era ese único visionado que intensificaba lo vivido -al volcarte en una reseña uno debe tirar de evocaciones- pero también impedía desarrollar un argumento más analítico (algo que, por otro lado, ocurre con casi todos los estrenos).
Todo cambia (o al menos algo cambia) cuando uno por fin tiene la película entre las manos y puede manejar hacia delante y hacia atrás los 165 minutos de esta cinta que Sight & Sound ya ha nombrado como la mejor del año. Al tumbarla sobre la mesa de operaciones, revisar las escenas y minutar cada bloque reconozco que me he vuelto inmune a ella, tanto a las virtudes como a los defectos. Tal vez por eso este era el mejor momento para escribir, sin ataduras sentimentales ni corrientes destructivas. Espero -estoy segura- de que esta pérdida de sensibilidad será temporal. A cambio he descubierto otras cosas que quizá no habían sido (tan) dichas…
1.
Lo primero que me asombró fue el hecho de que un rodaje de 39 días esparcidos por 12 años consiguiera ser así de homogéneo, tanto en lo referente a la imagen como a la puesta en escena (veremos más adelante que la realización tiene rimas que lo ponen más fácil) y es que los directores de fotografía Lee Daniel y Shane F. Kelly logran que una imagen de 2002 se vea igual que una de 2013. Si Boyhood consigue poseer esta continuidad visual es sin duda gracias al celuloide porque de haber sido rodada en digital sus episodios habrían tenido grandes saltos de textura (imaginemos por ejemplo lo que sería empezar con una Panasonic de 2002 y terminar con una Arri Alexa de 2013…). Si bien a lo largo de la película Linklater nos hace conscientes del cambio tecnológico que han ido experimentando el entretenimiento y las comunicaciones (videojuegos, ordenadores, teléfonos móviles…), la imagen de Boyhood es lo único que se mantiene estable en ese entorno, ajena al cambio. Apelamos a lo digital como el sistema eterno y en realidad es altamente mudable. Mientras formatos y almacenaje caducan, el celuloide (aun siendo caro y cada vez con menos laboratorios abiertos) perdura.
2.
Ya en aquella entrada que hablaba sobre The Master mencioné Cinemetrics como una útil herramienta online para minutar los planos de una película y extraer una media que represente el ritmo de montaje. A pesar de que según avanza la cinta se incluyen algunas tomas más largas (la caminata con el padre por el monte, el paseo con la chica al salir del instituto…), Boyhood mantiene un ASL (average shot length/duración media por plano) estable, que oscila entre los 3,7 segundos (el bloque más rápido: el del padre alcohólico) y los 6,1 (el primer viaje a la universidad). La mayor parte de los capítulos -cuyas fronteras, por cierto, a veces son borrosas- se encuentran entre el 4,5 y 5,5 ASL. Esto se debe a que, aun con variaciones internas, las conversaciones entre dos o tres personajes casi siempre están planteadas con un plano contra plano. Estas charlas, que abundan en la película, terminan por compensar las escenas de ritmo más pausado. Con estos números, Boyhood se mantiene muy lejos del ASL de Slacker (31,1), incluso del 10,1 de Antes del atardecer.
Dicen que para concentrarte en el montaje lo bueno es ver una película sin sonido o dar una palmada a cada cambio de plano. Este ejercicio de Cinemetrics sustituye el aplauso por el click del ratón pero surte el mismo efecto. Te hace totalmente consciente de la edición cuando es relativamente lenta y cuando es excesivamente rápida. Por ejemplo, durante el minutado, la conversación que Mason y su novia mantienen en el restaurante me pareció algo atropellada: la escena dura 2 minutos y 45 segundos, tiene 35 planos y un ASL de 4,7. Por el registro naturalista que comparten se suele comparar Boyhood con la trilogía de Jesse y Celine, cojamos entonces una conversación parecida en Antes del amanecer para comprobar las diferencias: un bar, él y ella.
Esta escena dura casi el doble (5 minutos y 20 segundos), tiene 52 planos y un ASL de 6 segundos. Lo más destacable es que sólo hay tres tipos de plano (plano medio de él, de ella y un plano máster de los dos), mientras que en Boyhood pasamos por planos medios, primeros planos y varios generales en la mitad de tiempo. Aunque haya interacción con los otros clientes, ¿no es tanto despliegue un poco innecesario?
3.
He leído algunas referencias a Boyhood como película antinarrativa pero, en mi opinión, creo que en un detallado análisis veríamos que todas las escenas tienen un pulso narrativo que las justifica. Aunque ha pasado algo inadvertido, parece conveniente señalar que algunos pasajes de la película se despegan por completo de Mason y centran su focalización en otro personaje. No seguimos la vida de Mason únicamente a través de sus ojos como se ha interpretado. Linklater adopta diferentes puntos de vista para ofrecer al espectador información que de otra manera no obtendría y también, especialmente, con el fin de ir construyendo emocionalmente los personajes. Por ejemplo:
-La primera vez que vemos a Ethan Hawke como padre. Mientras que los niños van a por sus mochilas, él tiene un breve encuentro con su suegra. Hay información relativamente nueva (Alaska, su posible vuelta, Olivia está en la universidad…) pero lo importante es la reprimenda que ella le suelta a él («single parenting») y que deja al padre en una situación de inferioridad que arrastrará gran parte de la película (*incluso hasta el final).
-La primera conversación que mantienen a solas los padres de Mason se nos presenta como lo que el niño está viendo a través de los prismáticos, sin embargo, la segunda ocurre al margen, en la cocina, cuando Hawke se ofrece a pagar parte del catering de la fiesta de graduación. Lastrado por su presencia intermitente (*) que este gesto de responsabilidad llegue a las 2 horas y 22 minutos (12 años después de haberle «conocido») es un ademán que acaba resultando demasiado minúsculo y en realidad sirve para reforzar el sacrificio de Olivia, personaje con el que concluye esta secuencia. Son fugas como estas -situaciones en las que Mason no está presente y otras muchas en las que sí lo está- las que abren la película al concepto de la maternidad y la paternidad.
-Otro momento importante es la primera vez que sentimos la futura añoranza de Olivia, cuando ella misma se da cuenta de que sus hijos pronto se marcharán (a la hora y 31 minutos). Como explica Yáñez en su artículo, tras la despedida a las puertas de la casa, en lugar de entrar directamente en el coche Linklater prefiere concluir la escena con la imagen de la madre viendo cómo se alejan. Antes de esto hemos sido testigos de la cordial conversación que mantienen su ex-marido y su actual pareja (esto pone al espectador de parte del nuevo novio para que luego nos sorprenda la decepción) y de ahí hemos saltado a la negociación entre Olivia y un fontanero hispano. La primera vez que vi esta escena la sentí innecesaria pero en realidad tiene una función con retardo: más adelante permitirá que se haga un (prescindible) reconocimiento a la bondad de Olivia cuando en un restaurante, frente a sus hijos, se reencuentra con este fontanero convertido en empresario y él le agradece su consejo.
4.
Algo que no noté en el primer visionado y sí en el segundo es cómo a través de los desplazamientos y las continuas mudanzas -impronta casi etnográfica del American Way of Life- también se está narrando el crecimiento de Mason. Más allá del cambio físico, incluso podríamos ir siguiendo el paso de niño a adulto dentro del coche:
Sentado en el asiento de atrás inocente y luego más contestatario
Cuando todo lo que dice tu padre es verdad /
Cuando descubres que tu padre también miente
Beber, furmar y besar
El viaje hacia la universidad con la acompañante soñada /
El mismo viaje sin quien pensabas que te acompañaría
4.
Mencionábamos antes que en la puesta en escena había ciertas «rimas» (por llamarlas de alguna forma). Algunos ejemplos del coche podrían entrar también en esta categoría pero uno de los casos más evidentes es la forma en la que Linklater avanza las futuras parejas de Olivia: Mason mirando (con ligero movimiento de acercamiento) + plano de ellos
También ocurre algo parecido con la sensación de abandono: se repite la manera en la que el niño va dejando cosas atrás (de nuevo en coche), como su primera casa y sus amigos, o sus dos hermanastros:
4.
Localicé el guion de Boyhood y fui directamente a la última página para ver cómo estaba descrito el final. Cuál fue sorpresa al encontrarme esto:
«Fade out», es decir, fundido. El corte a negro de la película (ese impacto que refuerza el latido presente) se había imaginado en primer lugar como un sinuoso fundido que siempre nos remitiría al final de Antes del atardecer. Recuerdo que en el cine la última secuencia de Boyhood tuvo para mí la duración exacta, un discurrir lento que debías saborear porque notabas que se estaban acercando los últimos segundos. ¿Inverosímil? Es cierto que hay que tener mucha suerte para entrar por la puerta de tu dormitorio y encontrarte a una hermosa chica y a dos nuevos amigos que te ponen una seta en los labios y te llevan de excursión a un paisaje de postal, pero no me avergüenza decir que salí de la sala con un chute de felicidad tras verla. La segunda vez (en mi ordenador, desde el sofá y con la persiana medio bajada) el chico del fondo gritando eslóganes existencialistas me chirrió y la chica de repuesto me pareció una salida demasiado fácil, pero noté en la mirada de Mason una cosa diferente. Rebobiné varios segundos y le volví a dar al play: mira a la chica, mira al suelo, levanta la cabeza y… Rebobiné, otra vez al play: sí, sí que ocurre. Otra vez al play: chica, suelo y… sus ojos se cruzaban con la cámara. Era un gesto tímido e involuntario, levanta la mirada y nos encuentra, y sonríe nervioso justo después. Seguro que había más tomas, alguna en la que sus ojos evitaran la lente y se posaran directamente en el horizonte, pero Linklater y Sandra Adair han dejado esta y es así como terminan estos doce años que nos han llevado hasta este último fotograma:
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Más que una «nota cinematográfica» : un gran trabajo, bien elaborado y mejor escrito. Plena madurez y creatividad. Gracias por este hermoso regalo. Orlando
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