Cuesta muy poco acostumbrarse al ritmo festivalero. Son unos días en los que el mayor quebradero de cabeza consiste en cuadrar bien el horario. Sí, puede que haya alguna carrera entre entrevista y entrevista, o que asome un malsano arrepentimiento si apuestas por un pase que no cumple las expectativas y en su lugar dejas de ver otro que resulta ser la gran revelación. Pero eso es todo, el resto siempre es bueno. Los amigos crecen -más aun si están al comienzo de la cola, no vamos a disimular-, las conversaciones pre-proyección son relajadas, las post-visionado más intensas y las jornadas ya no se miden por horas sino por el número de películas vistas, siendo 7 el récord, 5 lo mejor y 2 el mínimo. Aprendes cómo entiende el cine el de al lado, deduces sus gustos y sus fobias y compruebas la perseverancia de tus filias. Con algo de suerte todo esto se pondrá en cuarentena y las películas saldrán del festival con cierta autonomía, sin dejarse afectar por las opiniones que nadan a contracorriente por capricho, ni por las que tienden a entusiasmarse en exceso por afinidad. En el día a día se agradece algo de esta sal y pimienta para alegrar la sobremesa pero, en cuanto acaba el maratón, solo hace falta alejarse un poco del Kursaal para relativizar cualquier debate entre «modernos» y «apolillados», entre viejos y nuevos cines. ¿No estaremos estancados en un debate demasiado estéril?
A pesar de alguna incoherencia en la competición oficial, esta ha sido una edición equilibrada. Las secciones han crecido y eso impide verlo todo. El Zinemaldia quiere hacerse mayor aunque implique hacerse inabarcable y es una ambición que resulta comprensible pero siempre que se persiga con buenas películas y no se recurra al relleno. Ha quedado pendiente asomarse a la retrospectiva de Dorothy Arzner y en octubre se le puede poner remedio en la Filmoteca Nacional. También tocará seguirle la pista a filmes como Güeros, Modris y The Lesson -por si logran distribución en España- y pronto se estrenan Winter sleep y Jauja. Su segundo visionado promete ser aun mejor. Espero con ganas un futuro reencuentro con Eden, aunque de momento no haya fecha concreta para señalarla en el calendario.
Mientras eso llega, ahora hay que retomar la versión de nosotros mismos que habíamos dejado aparcada antes de ir a San Sebastián. Pongo la última lavadora y paso a limpio lo anotado en la libreta, vuelco los momentos que han quedado registrados en el móvil y las voces que he ido grabando en salones y cafeterías, encuentros más o menos apresurados pero siempre emocionantes. Añado también unas cuantas canciones que a partir de ahora, cuando suenen en la radio, me llevarán a una escena concreta (a una habitación azul, a un lago francés, a una cama de hospital, a un pequeño reguero de sangre corriendo por la frente…). Lo meto todo en este cajón a modo de collage y le pongo la etiqueta «Zinemaldia 2014» por si dentro de unos meses, allá por marzo o abril, nos da por abrirlo y volver a oler de cerca el mar, aunque sea a las 10 de la noche, aunque sea a través de otra pantalla…
Ella, completamente desnuda, se desliza lentamente por el cuerpo de él,
como una serpiente.
Comienza por su cabeza y va reptando hacia su pecho,
su estómago, sus piernas,
hasta que sus pies se entrelazan
y termina saliendo por el otro lado de la cama:
«La caricia más larga del mundo”.
El hombre acariciado se llama Vincent.
Es bastante alto y tiene superpoderes.
Notas que tomas en una proyección a oscuras y que luego apenas entiendes: Showgirls, drogas, SMS
El libro que se intercambian en La princesa de Francia, con las esquinas dobladas, las tapas gastadas. Shakespeare con acento argentino. Elegir el final que te hubiera gustado, no llegar a mostrar el que fue. «El juego está en cambiar y al mismo tiempo no cambiar tanto», dice en el coloquio Matías Piñeiro. Una película, un torbellino. Los nombres de las chicas: Natalia, Paula, Ana y Lorena. En el centro, Víctor.
Manos "mágicas"...
...que me recuerdan a las mismas manos años antes
Paso por una floristería y me pregunto
si hoy saldrá un ramo
para alguna Ane,
alguna Tere,
alguna Lourdes.
En la comida hemos recordado cuándo fue la última vez que recibimos o regalamos flores.
Mi última vez: 17 enero de 2014.
Loreak
A la salida, Mario y yo nos preguntamos si el Pasolini de Abel Ferrara será el Pasolini definitivo. Por muchas teorías que sigan abiertas cualquier película evoca una realidad contundente. Ferrara nos muestra una muerte de Pasolini, una de las que pudo haber sido. ¿Será esta la que recordaremos para siempre?
El jueves con Cobeaga defino la sinceridad
con una expresión muy franca: "la voy a cagar"
La protagonista de Still the water le pregunta a su amigo si quiere acostarse con ella, él dice «no». Ella le dice «te quiero», él dice «gracias». Van juntos en la misma bicicleta.
Salgo algo desconcertada de la última película de Isaki Lacuesta y tengo muchas ganas de hablar con él al día siguiente. Mi segunda entrevista en grupo: menos gente, más preguntas pero demasiado poco tiempo. «Máxima coherencia: hacer siempre lo que te dé la gana». El otro periodista le pregunta por Kawase. Yo menciono lo de Transit:
Mi siguiente peli -dice él-
se llamará ‘La próxima piel’.
Mira, se parece a La peli que habito.
Le quiero preguntar que si él tuviera-…pero tenemos que dejarlo ahí, se lo llevan a un directo.
En las sesiones de las 22h sólo está la gente que quiere estar, no la que tiene que estar. La décima carta. Le cuento a Antonio que en la universidad hice un trabajo sobre Nueve cartas a Berta, uno de esos que empiezas sin saber muy bien qué contar y acaban faltándote hojas. Seguramente de las pocas veces que he reducido los márgenes para poder escribir más. Me gusta mucho el último plano de este documental de Virginia García del Pino. Apunto: «compartir plano con alguien».
Diez canciones de diez películas Llegué escuchando Hero (pensando en Boyhood), me marché con Nick Cave.