Hasta hace unos días desconocía que se podían buscar tweets de una fecha concreta. Quizá sea una opción muy utilizada que yo no había descubierto pero me atrevo a teorizar que la inmediatez de Twitter hace que los mensajes de ayer, no, los de esta tarde ya resulten antiguos y pocas veces tengamos la necesidad o la ocurrencia de recuperarlos.
Porque todo esto comenzó por un tweet. En él, el productor Enrique López Lavigne pedía perdón por adelantado ante la exhaustiva promoción que se avecinaba a raíz del inminente estreno de Open Windows, la nueva película de Nacho Vigalondo. “Spam a cascoporro” fue la expresión que utilizó para avanzar que aquello iba a ser serio. Si nos pusiéramos rigurosos, la promoción online de esta película -a la que no considero un spam molesto pero de la que sí me pregunto su efectividad y alcance- podría remontarse al 6 de agosto de 2010 cuando se nos avanzaba la noticia del nuevo proyecto que Vigalondo tenía entre manos. El propio director comentaba en una charla de 2009 cómo una estrategia publicitaria por redes sociales -bien es cierto que el panorama de aplicaciones móviles y la actividad por Internet ha cambiado desde entonces- podía parecer más invasiva que todas las marquesinas que implica una súper producción norteamericana: «Hacemos ruido a una escala infinitamente más pequeña que Transformers 2 y resulta que aparentemente creamos un estado de saturación». Puede que la plaza tan pública de las redes sociales siga siendo mucho más pequeña de lo que parece y al final seamos los cuatro gatos de siempre los que nos reunimos en el centro para oír qué anuncian por megafonía.
Lo que es seguro es que entre aquella primera pista del largometraje hasta hoy, la víspera de su estreno, han transcurrido cuatro años en los que han cabido cortos, anuncios, la célebre polémica del Holocausto y hasta otra película, Extraterrestre. Cuatro años con mensajes que responden más a la espontaneidad diaria que a una estrategia de comunicación y que entretuvieron la espera, cocinaron las expectativas e inevitablemente ya forman parte del proceso de recepción de la película. ¿Cómo medir la efectividad de esos impactos? ¿Llegarán al verdadero público objetivo o tal vez no vayan más allá del jardín de la industria, de críticos, periodistas y bloggers que seguimos a los cineastas y a sus portavoces? Y si es así -que ese alcance ya no es poco- ¿qué repercusión tendrá hacernos partícipes del proceso de gestación -logros y dificultades- de una película que es tratada como un «hijo»?
Mi descubrimiento sobre la posibilidad de hacer flashbacks tweeteros se unió a la personalidad cibernética de Vigalondo, que nada entre canales amateurs y tradicionales en ese gran y fascinante contenedor llamado Youtube. Echando rápidamente un vistazo rastreando su nombre, junto a cortometrajes y sketches (también ruedas de prensa, entrevistas, anuncios…) se pueden encontrar canciones de karaoke, saludos personalizados y vídeos caseros. Un ejemplo: frente al reportaje vistiendo esmoquin con Julio Medem y Álex de la Iglesia, las recientes actuaciones con Joe Crepúsculo o las parodias y suecadas de sus películas (en el blog de hecho recopilé algunas de Los cronocrímenes hace un tiempo). En conclusión, un contenido heterogéneo y anárquico que se escapa de la academia hacia la televisión y el extrarradio musical. Si las películas a veces «dialogan» entre ellas, ¿conversarán también estos vídeos de Youtube? En una ventana el presente, en la de al lado el pasado: el Vigalondo de 2009 tranquilizando al Vigalondo de 2014. Decía Godard que las películas son documentales de sus rodajes. Puede que ahora, desde el escritorio de un ordenador, podamos extraer películas de los tiempos entre rodajes.
Todo ello me llevó a pensar en esos mensajes relacionados con Open Windows que él había lanzado en su día, que yo había recibido y que, tras ese primer y único encuentro, se habrían quedado flotando por el espacio, cual Sandra Bullock en Gravity. Qué tentadora la opción tan fetichista -como dice el protagonista de “Carlota”- de hacer constar la fecha de un momento para recuperar en el futuro ese día, hora y minuto. Claro que el tiempo no siempre tiene la misma intensidad. La foto colgada hace 1 minuto nos proporciona un chute de inmediatez que queda empequeñecido frente a los dos años de reescritura y versiones de guion. Sin embargo, esos años dilatados no caben en ninguna foto, no hay constancia física de ese tiempo, ninguna prueba y, en cambio, hace 1 minuto eso estaba pasando, casi está pasando, ellos estaban allí. ¿Cómo medir dos años fuera de la red? No existen, salvo para el que los ha vivido.
Si lo de estos días ha sido spam a cascoporro, también por nuestra parte hemos desatado una avalancha de dictámenes en forma de eslogan que revelan la premura de valorar en términos absolutos una película que, dada su propuesta formal, pide reposo. Seguramente tocará hablar de ella dentro de un tiempo, cuando se disipe esa presunta competición por incluir aplicaciones móviles en las películas y cuando las conversaciones cinematográficas por Skype y Whatsapp no sean tratadas de revolucionarias, sino como actualizaciones pertinentes de nuestra forma de comunicarnos en la vida real que, de momento, van buscando su propia silueta en la pantalla. En Open Windows, Vigalondo cede la suya a multitud de ventanas para que demuestren cuánto puede dar de sí la puesta en escena virtual. Puede gustar o no pero yo ya he hablado de la película durante horas y eso para mí siempre es bueno. Mañana se estrena y… ¿pasado mañana? Pues justo cuando asome el abismo repentino, aparecerá una nueva película que nos mantendrá girando en la rueda. Para recordar lo de ayer (día, hora, minuto), habrá que recurrir a la «búsqueda avanzada».