The Clock: Aquella vez que vimos una película de 24 horas

09:50h del 17 de mayo de 2014 Esperando a las puertas del Guggenheim sólo hay dos hombres. Bajamos las escaleras y nos situamos tras ellos. Uno lleva mochila y tiene una libreta en la mano. Seguro que viene a la proyección. Llega otro desconocido y comienzan a hablar. Intento no escucharles -me entra la duda de si esta película puede sufrir spoilers– pero termino oyendo su conversación. «Entré sin saber qué era y me quedé tres horas. Es hipnótico». Me pregunto si estará exagerando. Me pregunto si a mí me pasará lo mismo, si podré aguantar tres horas, diez horas, quince horas, las veinticuatro horas que dura esto. Hip-nó-ti-co. Abren las puertas. 

10:08 El espacio habilitado para la proyección es una sala con varios sofás blancos que ya está a oscuras cuando entramos. Un malentendido con las entradas provoca que lleguemos con 8 minutos de retraso y algo de nervios. La primera decepción es que la película ya ha empezado y suponemos que nos hemos perdido el primer plano. Ahora mismo está en la pantalla una mujer de pelo corto, rubia. Nos sentamos en la segunda fila. Las imágenes se suceden con rapidez y fluyen mejor de lo que esperaba. Hay planos detalles de relojes que van marcando el paso del tiempo y entre ellos todo tipo de recursos: miradas que se unen por montaje, acciones que se completan entre fragmentos, frases sueltas, escenas enteras… Ya está, ya han empezado las próximas 24 horas. 

10:28 Regreso al futuro. El ojo no protesta por los cambios de color a blanco y negro o las diferentes texturas. Tampoco el oído se queja por escuchar idiomas que no entiende. Los encabalgamientos en la banda sonora pueden con todo eso y mucho más. A veces la música de un plano se alarga hacia el siguiente; el grito en una película alerta a un personaje de otra; sobre una conversación se escuchan los ecos de la anterior… Existe cierto raccord de movimientos pero gran parte de la impresión de continuidad reside para mí en el sonido. Sin tropiezos ni atascos, se va creando una sensación de presente continuo, tangible.

11:00 La primera hora en punto. Miro mi móvil y compruebo la sincronía: funciona, película y tiempo real van a la misma velocidad. El 00 es en realidad un minuto en el que dan las 11 varias veces. En esta película no habrá actos ni subtramas pero intuyo que las horas en punto funcionarán como un pequeño clímax.  Es el final de un círculo, el comienzo de otro y en mi cabeza ya se configura otra cuenta atrás: nos quedan 23 horas.

11:04 Gritos y susurros. Hace unos días utilicé este mismo plano de Harriet Andersson en un vídeo ensayo, también para hablar del tiempo, de cómo nos cambia la mirada con los años. Me emociona mucho encontrármelo aquí, sobre todo por ser un plano largo y muy expresivo. Entre tanto vistazo al reloj se agradece su respiración desde la cama, aunque resulte agotadora y forzada, aunque sea un silencio cargado.

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12:12 El espíritu de la colmena. El juego cinematográfico atrapa con facilidad. Es inevitable sentir placer cuando identificas la película (ahora Hamlet de Laurence Olivier) o curiosidad cuando no la reconoces (¿Humphrey Bogart en…?). Con la puesta en marcha de esta memoria cinéfila comienza a hacerse patente el canon occidental que ha seguido Christian Marclay. He leído que contrató a siete documentalistas para rastrear cinematografías y géneros en busca de relojes y referencias al tiempo. En lo que llevamos de película predomina el cine made in Hollywood (clásico y contemporáneo), en segunda posición vendría el europeo (se impone lo anglosajón aunque también se oye algo de francés y muy poco alemán), aparece alguna película asiática y las referencias al cine latinoamericano son muy escasas. En cuanto géneros la variedad aumenta (western, comedia, thriller, acción, románticas, mudo) pero no hay nada fuera del cine narrativo y la imagen real.

12:38 ¡The office! Una sorpresa ver que también hay fragmentos de series de televisión.

13:14 Orson Welles y el reloj de cuco en El tercer hombre. A nuestro sofá -de tres plazas- llegan dos mujeres que luchan disimuladamente por encajar en él pero una de ellas acaba sentada en el borde y yo estrujada entre el reposabrazos y la desconocida. Los relojes no son los únicos objetos que marcan el tiempo. Aparecen también muchos cigarrillos, discos girando, flores marchitadas, velas que se consumen, pétalos que caen.

13:18 Las señoras se van, ¡sofá reconquistado! Woody Allen camina por Nueva York y no importa el contexto ni la película: es Woody Allen. Hay ya varios actores que han aparecido en papeles distintos (pierdo la cuenta de las veces que hemos visto a Johnny Depp, Nicolas Cage o Denzel Washington) y nos creemos su versatilidad, aunque pequen de cierto encasillamiento. Otros en cambio son simplemente ellos: Chaplin, el gordo y el flaco, los Hermanos Marx, Cantinflas… El disfraz puede con el actor que hay debajo y la identificación del personaje es inmediata. La gente ríe cuando les ve. Compruebo que tres segundos de slapstick garantizan una sonrisa.

13:45 «Tomaré lo mismo que ella». Volvemos a reírnos. Sólo ha aparecido la frase, no hemos visto el orgasmo que le precede en Cuando Harry encontró a Sally, pero nos reímos igualmente. La memoria cinematográfica rellena un chiste a medio contar.

14:30 Paramos para comer e intercambiamos las primeras impresiones. No me libro de la duda: ¿qué estarán viendo ahora mismo los que se han quedado? Es el miedo a perderse algo, algo importante, algo que seguramente no podremos recuperar. Al igual que el tiempo, la película también parece estar escapando continuamente. Han aparecido muchos trenes esta mañana y si tuviera que describirla diría que la película es una locomotora: siento que va por delante y que al regresar tendremos que subirnos a un tren en marcha.

16:15 Lola Dueñas huele la bicicleta estática en Volver. El temido efecto siesta no me ha contagiado y esto avanza con ritmo. Poco a poco recupero esa sensación de presente. No puedo intuir qué pasará a continuación, si se acerca o no un cambio en la trama, aquí no son válidos esos esquemas narrativos y obtengo cierta liberación. Se anulan las expectativas en cuanto al argumento, también en relación a la coherencia de los personajes o la lógica causa-efecto. Siento que mi papel como espectadora es sencillamente el de presenciar lo que ocurre y sentir que está ocurriendo, ahora mismo. No es algo pasivo, hay concentración y energía. La certeza de que la película no se detendrá hasta dentro de 18 horas es un chute de tranquilidad. Lo que está fuera de esta sala definitivamente se desvanece.

17:00 Llega por fin una hora en punto calmada, la de A propósito de Schmidt y Jack Nicholson saliendo de su oficina. Viendo ese reloj me pregunto quién lo habrá comprado. Es decir, detrás de cada reloj que vemos (y estamos viendo muchos) hay una persona en el departamento de arte de esa película que decidió cómo tenía que ser, qué tamaño y color funcionaba con la estancia y la pared de la que colgaba, o con el personaje que lo vestía. Cada reloj tenía un porqué y ahora esa razón se ve reducida aquí casi a lo informativo.

Captura de pantalla 2014-05-28 a la(s) 16.33.13

Cerca de las 18:40. Una mano de mujer cambia la marcha de un coche. Una mano de un hombre la coge y la posa sobre su pierna. Con un gesto la convece para que ascienda por su pantorrilla… Vemos el escorzo de ella, su mirada en el retrovisor. ¿Quiénes serán? Durante la última hora cada vez echo más en falta que la película se detenga en escenas como esta. La cabeza me pide continuidad y desarrollo, detalles…¡información! Es un estado algo ansioso en el que me llego a cuestionar si esto es una tontería. Vamos a seguir así, viendo un plano tras otro durante horas y siento que no llegaremos a ningún lado. El experimento está comprendido, el trabajo de compilación y edición es fascinante pero me pregunto si esto es todo, si ya se ha agotado lo que tiene que contarme. Estoy aquí sentada pensando sobre el tiempo mientras podría estar haciendo algo con él. Necesito más palabras, necesito conversaciones enteras, pero es como si no hubiera suficiente tiempo para detenerse a hablar, los acercamientos son superficiales o fugaces, ¿será que vamos así de rápido por la vida? Lo han dicho hace un rato: «When it comes to time we are prisioners». Muchas estaciones y despedidas, trenes que se van, relojes que se rompen.

18:55

– What are you staring at?
– Time

Me voy calmando y apreciando más los gestos, fijándome en las escenas que deja atrás y recupera más adelante. Caben muchas referencias a un minuto dentro del mismo minuto y con esas pequeñas elipsis el tiempo parece dilatarse, se expande. En otros fragmentos cronometrados, más dramáticos, es imposible reternelo. Habrá que rendirse y dejarse llevar. Quedan 15 horas. Se pasó el enfado. 

19:00 Atardece en la pantalla. Morgan Freeman aparece frente a Jim Carrey interpretando a Dios («it’s 19:00»)  y en la escena siguiente es el detective de Seven frente a Kevin Spacey. Ocurre algo similar con Julianne Moore: primero en Chloe y unas escenas más tarde en Lejos del cielo. Mismos actores, distintos personajes, años de diferencia en su aspecto físico. Llega una frase que parece contestar lo que estoy pensando: «As long as you want to believe it, it’s true».

20:15 La pareja que se ha sentado a mi lado mira el móvil cada vez que aparece un reloj en la pantalla para comprobar la sincronía. Hace tiempo que perdí ese placer por la exactitud. La película para mí ya tiene su propio ritmo, ella no transcurre tanto en mi tiempo como yo en el suyo. Miro alrededor y todos los sofás están llenos. Con Nicholas Cage y Cher da comienzo una compilación de interiores en teatros: conciertos, óperas, público, actores…

20:53 Sergi López arregla un reloj en El laberinto del Fauno. Con cada fragmento español (y no hay tantos) escucho algún susurro. A los dos minutos la pareja se marcha y llega otra («buenas noches», le dice él y se recuesta en el sofá). Quizá porque los sentidos ya llevan muchas horas trabajando en la oscuridad, ahora me doy cuenta de que percibo con detalle el olor de quien se sienta a mi lado. Cada persona trae una colonia distinta y esto me lleva a pensar que la proyección resulta tan emocionante por vivirla con más gente. Y por vivirla concretamente en un museo, donde estamos acostumbrados a intelectualizar los estímulos y en cambio ahora prima lo vivencial. Notar la presencia del otro (bien sea por un movimiento, un ruido o un olor) te recuerda que es una experiencia compartida, muy personal, sí, pero compartida. Compartimos visionado y tiempo, estamos compartiendo presente. Tengo muchas ganas de seguir.

«Almost 21:30» dice Emma Thompson. Este tipo de frases me hacen pensar a partir de qué minuto el tiempo se mide por lo que pasa de una hora o por lo que resta para la siguiente. Las cinco y algo o las seis menos algo. Casi las 6 o pasadas las 7. La ciudad ya está a oscuras y comienzan a llegar las primeras copas.

22:25 «It’s 22:25 and I haven’t got anything else to lose». Amén.

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23:36 Tras una pausa para cenar vuelvo al sofá de la primera fila con An education:

– How was your evening?
– Best time of my life.

23:40 Llega, cómo no, Taxi Driver y su música, sus colores. Rozando las 23:45 vuelve Won Kar Wai con uno de sus lentos travellings. Me acomodo. Esto me está gustando: el tono nocturno, que las calles se vacíen, la rigidez horaria parece romperse y espero que la película vire hacia un lado más oscuro.

23:59 Sin duda es la cuenta atrás de la película. Una hora que, salvo el 31 de diciembre, por las noches pasa inadvertida y en cambio ahora siento la emoción de estrenar un día, el día siguiente. Hay una compilación de relojes y el montaje cronometrado desemboca en una gran explosión del Big Ben (V de Vendetta). La torre del reloj británico ha aparecido tantas veces a lo largo del día que verla saltar por los aires me produce cierta satisfacción. La sala está llena, hay gente sentada en el suelo. Es fácil hacer la cuenta: 10 horas por delante, bien.

00:40 ¿Qué hay de los derechos de todas estas películas? ¿Cómo habrá Marclay conseguido permiso para utilizar el material? ¿Siendo fragmentos tan cortos no habrá tenido que pagar por ellos? ¿Y qué pasa con el tratamiento sonoro, con el aumento en la escala para igual formatos, con la alteración de la duración de los planos…? ¿Debe la apropiación respetar algo del original o gozar de total libertad para modificarlo? Preguntas sin respuestas cuando James Dean bebe leche directamente de la botella.

01:56 ¡Primer ronquido! Y viene de la señora sentada a mi lado… Con Fellini me cambio de sofá, uno para mí sola. Me tumbo a lo largo y doblo por enésima vez mi arrugada gabardina para convertirla en un cojín. Pienso qué me diría el guardia de seguridad que esta mañana me riñó cuando simplemente apoyé los pies…

02:34 Los ojos siendo cortados de Recuerda, los relojes de Dalí derritiéndose. El cansancio provoca que apunte menos cosas en la libreta y que lo haga además con una letra que mañana será ininteligible pero me gusta dejar registrado el minuto exacto en el que aparece tal película o tal personaje. Supongo que en el fondo esta es mi manera de estrujar esa exactitud de la que presume la película. No es tanto la sincronía como la precisión. Puro fetichismo horario.

03:04 Hago una pausa. A estas horas el museo a oscuras tiene algo de prohibido. En la calle no hay nadie y corre una brisa que consigue activarme. Subo y bajo unos cuantos escalones, la guardia de seguridad también se acerca a la puerta. Está prohibido pasar líquidos y comida a la sala pero pienso una estrategia para colar al menos una botella de agua. El plan funciona y comienza un revitalizante tráfico de frutos secos. Benditas almendras. Bendito colirio para ojos secos.

photo1A eso de las 03:30 Aparece un pétalo rojo y ya sabemos qué significa. Kevin Spacey en American Beauty. A estas alturas de la noche predominan los sueños y las fantasías, ojos que se abren y se cierran, ojos entornados. Lo onírico da pie a un breve montaje más abstracto, con formas geométricas y un ojo cuya pupila termina transformándose en la esfera de un reloj. Me está gustando mucho esta fase. No es una noche frenética de drogas y alcohol como yo imaginaba y apenas han aparecido escenas de sexo -en este sentido, es una película blanca y casi pudorosa- pero se está volviendo más reflexiva, como si la velocidad del tren hubiera disminuido. Se desentiende un poco de la hora (¿quizá no hayan encontrado tantos planos en esta franja?) y viaja con más sensualidad, como disfrutando del camino, con insomnio pero sin desesperación. Ahora, el reloj sin manecillas de Fresas salvajes.

03:53 Por si quedaba alguna duda, Hitchcock aparece en una de sus presentaciones televisivas para dejarlo claro: «Time is very important for the characters in tonight’s film».

04:28 Twin Peaks. El agente Cooper graba uno de sus mensajes para Diane. Un rato antes ha aparecido Sexo en Nueva York, también Expediente X, Colombo y Urgencias… No termino de entender la recopilación. A la película se le podría reprochar que se ciña en exceso al canon cinematográfico occidental, pero en el terreno de la ficción seriada el criterio de selección es tan vago y reducido que no aporta demasiado salvo los parches horarios.

05:13 «It’s dawn. The party is over». En Quién teme a Virgina Woolf también han pasado la noche en vela. Otros personajes comienzan ahora a despertarse. Se limpian las calles de París, amanece también en una playa de California. La nieve en la pantalla de televisión se funde con la bola de Ciudadano Kane. Son las 05:40. Es un momento hermoso. Noto que empiezo a parpadear más de la cuenta y me cuesta no cerrar los ojos.

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06:00 «Good morning Vietnam!» El grito de Robin Williams me pone las pilas. Esta ya es la recta final y quiero esforzarme por disfrutarla.

Like 6:30  Se lo dice Michelle a Leonard en Two Lovers. Poco antes, en Viena, hemos visto a Jesse y Celine y a las 6:37 aparece Boy meets girl. La salida del sol, el romance que comienza su final. 

06:56 El instituto vacío de El club de los cinco y la frase en el pupitre: «I’m eating my head». Empiezo a dudar de si llegaré a las 10 sin un café en mi estómago.

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07:00 Muchos despertadores. Afeitarse, asearse, salir de la cama. Cogemos velocidad. Se suceden los desayunos, los atascos, los exámenes, las reuniones. Mi falta de sueño se mezcla con la película. El cuerpo está cansado y se resiente ante la idea de sumarse a la rueda de horarios y productividad. El ritmo marcado de la tarde anterior no me había afectado así, me había dejado llevar pero a estas horas de la mañana noto una resistencia, un freno. Ahora siento de veras el comentario ideológico de la película, la actividad sin descanso del sistema, todos despertándonos a la misma hora para hacer lo mismo, pendientes de si llegamos tarde o temprano, comiendo y cenando al unísono, un día tras otro. No hay fragmentos arriesgados que amenacen el orden, tampoco los roles del hombre y la mujer se ven alterados. Todo sigue su curso, como una maquinaria bien engrasada. Serán planos concretos pero su fragmentación alcanza una universalidad. Esto pasa ahora, allí, en ese lugar, en todos los lugares.

07:46 No merece la pena perderse nada de estas dos últimas horas por un café. Giro la cabeza, somos 5 en la sala.

09:58 En una película muda, una mujer mira un reloj digital. La película sigue con sus juegos anacrónicos. Se acercan los últimos minutos y me pongo algo nerviosa cuando empiezo a reconocer los planos. ¿Esto de verdad está terminando?

10:08 Reaparece la mujer rubia, la que estaba en ese mismo lugar hace 24 horas, aquí está otra vez. The Clock no tiene comienzo ni final, ni título ni créditos, es un bucle tan redondo como la esfera de un reloj. Termina nuestra jornada pero la película continúa sin percatarse de que nosotros nos estamos bajando. No mira hacia atrás, sigue con su cadencia insaciable. Salir significa aceptar que seguirá girando sin nosotros y al hacerlo el choque es frontal: hay bastante gente en el hall, ajetreo, ruidos y sobre todo luz por todas partes, luz que se refleja por las paredes blancas del museo. El cuerpo responde bien, sin demasiado cansancio e incluso energía pero es la mente la que se queda algo desconectada, desubicada… En parte sigo dentro, preguntándome qué estará ocurriendo en la película ahora, en este instante. A las 10 horas y 09 minutos.

*  *  *  *  *

Días después aun me lo pregunto, y creo que sigue sucediendo en algún lugar, que esos planos, esos personajes a medio conocer continúan atrapados, mirando una y otra vez, esperando y perdiendo trenes, poniendo tocadiscos, acariciándose en el coche, reclamando que todo aquello se detenga. A cada segundo algo está ocurriendo allí, aquí. A la salida Víctor me contó que durante unas horas de madrugada habíamos estado los dos solos en el museo. Fue una satisfacción, totalmente ficticia y quizá algo estúpida, pero si nos hubiéramos ido los personajes habrían pasado por allí sin nadie que los viera, totalmente solos, y en cambio nos quedamos. Nos quedamos 24 horas y nuestros ojos las presenciaron. Quizá dentro de un tiempo el tren vuelva a pasar.

4 Respuestas a “The Clock: Aquella vez que vimos una película de 24 horas

  1. … Me habían hablado The clock… pero tú has sido mi cronista ideal…
    Qué experiencia, Andrea. Y qué bien contada.

    Tu texto como la videoinstalación (prefiero como tú lo nombras… película) de Christian Marclay es meterse en un bucle interminable y placentero. Estar atrapado en el tiempo, en el día de la marmota.

    Como no podré disfrutar de esta experiencia, tu crónica es lo más cerca que voy a estar de ello…

    Besos
    Hildy

    • Ojalá con un poco de suerte venga a Madrid y puedas disfrutar de ella. El montaje de compilación es ya muy conocido (esto por ejemplo es algo que me gusta mucho https://vimeo.com/83963618) pero la experiencia de las 24 horas -veas en ella algo fetichista, obsesivo o conceptual- es única.
      ¡Me alegra que te haya gustado!
      Besos,

      Andrea

  2. Qué gran texto… Me pregunto si la película estará la altura del sentido que tú has sido capaz de darle (y me respondo, mentalmente, que tal vez no: tal vez Marclay solo haya querido hacer un ingenioso juego posmoderno, y el experimento, independiente de su voluntad, se le haya escapado de las manos y haya trascendido como un equivalente cinematográfico de la enciclopedia de Tlon -de Tlon, Uqbar, Orbis Tertius de Borges-: ese país imaginario que el cine ha ido configurando y hemos mimetizado. Pero todo esto es pura especulación: no he visto The Clock, y seguramente ya no tengo cuerpo para resistir un visionado de 24 horas).

    • ¡Muchas gracias! Seguramente tengas razón, yo pienso que se le ocurrió la idea (una idea muy loca y que cualquiera habría tachado de imposible) y eso ya fue suficiente para intentar hacerla. Es la obra de tu vida… ¿qué hacer después de esto para superarlo? Luego, una vez terminada, el visionado aporta a cada espectador un sentido y una experiencia diferente, muy particular, muy difícil de prever. Me pregunto si él habrá visto su propia película durante 24 horas seguidas…

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