Si ayer fue el turno de Ignacio Agüero, hoy ha sido el de Pema Tseden. Su cine surge como retrato fiel del pueblo de Tíbet, su lugar de origen, que tan pocas oportunidades ha tenido de ser bien representado en una pantalla. Tseden ha sido el primer cineasta en rodar en lengua tibetana y con un equipo enteramente local. Inevitablemente, sus películas no abrazan sólo la dimensión social, también se deduce de ellas una lectura política e ideológica en respuesta al régimen chino. Como las declaraciones del propio director, este mensaje político está lejos de la consigna fácil. Hay que leer entre líneas (el ambiente grisáceo y opresivo, la composición alejada de los planos, la sequedad de las emociones, la escasez de las palabras…) y además siempre quedará la duda, como también ha ocurrido en la charla, de que algo se pierde en la traducción…
La censura en China
Hay tres tipos de censura en China: con el guión, con el montaje final de la película y la autocensura. En la literatura no es tan estricta pero en el cine los temas que se pueden tratar son más limitados. Tienes que escribir el guion en chino mandarín y hacerlo de forma muy detallada. Debe pasar unas cuantas revisiones para que te den permiso para rodar. Si no te lo dan, no puedes distribuir la película en China y tendrás problemas para hacerlo fuera del país. Una vez rodada la película tiene que volver a presentarse para que comparen el resultado final con el guion que tú habías entregado. Además de esta limitación, también hay una censura técnica y necesitas alcanzar ciertos estándares de calidad. Esto supone un aumento de los costes. Se podría decir que existen dos mundos cinematográficos en China: el normal y el sumergido, que podría llamarse «independiente», siendo esta acepción diferente a la occidental. Son producciones que se hacen sin permiso, al margen de los intereses del mercado. (…) Ahora mismo yo puedo hacer cine gracias a la relativa apertura del sistema político. Por ejemplo, en 2004 se produjo un cambio importante: la producción dejó de ser un monopolio del Estado y la empresa privada puede participar.
Los comienzos:
Entré en contacto con el cine cuando, siendo pequeño, unos geólogos que estaban instalados en un campamento cercano montaron un pequeño auditorio para ver cine. En China se producían sóo 3 ó 4 películas al año y eran de propaganda política, en blanco y negro. Podían proyectar la misma película varias veces pero las veíamos igual porque en Tíbet el cine al aire libre era la única fuente diversión que había. (…) La primera película que recuerdo ver fue una de Chaplin. No conocía quién era pero seguí yendo al cine por la fascinación que me producía. No analizaba las películas, simplemente me atraían. Tenía que caminar casi dos horas para llegar hasta allí pero la recompensa merecía la pena. No fui a una auténtica sala de cine hasta que llegué a la Universidad en Pekín. El cine despertó mi curiosidad.
En la universidad de cine había pocos alumnos, unos 100 y todos eran hijos o nietos de cineastas. Es un círculo muy cerrado, las personas que no tengan familiares relacionados con el cine lo tendrían muy difícil para entrar. Yo lo conseguí gracias a una beca que me concedió una fundación americana interesada por la cultura de Tíbet.
El pueblo tibetano en el cine:
Hay muy pocas películas sobre mi pueblo y, aunque el aporte artístico de estas cintas haya sido importante, no representan bien la vida tibetana. La gente de allí se siente ofendida después de verlas. Ni los trajes, ni el folclore ni las tradiciones están bien representadas. Así que siempre hemos querido tener una película que transmitiera la autenticidad tibetana. Por eso hago cine. En 2008 me di cuenta de que si quería representar mi cultura tenía que contar con gente de allí, que entendiera el lenguaje y la tradición. Fui encontrando profesionales relacionados con las artes y les dimos una formación cinematográfica para componer mi equipo técnico.
El público de sus películas:
Mis películas no son solo para tibetanos, sino para que todo el mundo pueda tener una experiencia en relación a lo tibetano, para que entiendan nuestras costumbres. Cuando desarrollo mis guiones siempre tengo en cuenta esta diferenciación entre el público local y el no tibetano y me esfuerzo por incluir detalles para superar esas diferencias culturales.
Repasando mi filmografía la primera película, The silent holy stones (2005), se sitúa en los años 60 y muestra cómo reacciona la gente frente a la aparición de la televisión. En la segunda, The search (2009), se puede apreciar cómo va evolucionando esa nueva cultura. Y la tercera, Old dog (2011), es una reflexión directa de mi niñez y mi memoria. Hay gente que la ha interpretado como el conflicto entre la cultura moderna y la tibetana pero yo no utilizaría esa palabra, «conflicto». Simplemente la gente acepta la tecnología con mucha alegría y no se da cuenta de cómo desaparece su cultura… En Old dog quise presentar la realidad cruda, porque esa es la manera de sobrevivir para los tibetanos. No nació de una intención política explícita pero si tú ves ese mensaje en la película puede que esté en la realidad…
Sobre Old dog (2011):
Para rodarla teníamos menos recursos pero fue un proceso sin presión. Fuimos buscando los lugares y los momentos perfectos para rodar. Ese tiempo también incluye un trabajo de composición, de puesta en escena y de planificación. Es un trabajo previo muy intenso, hay que pensar muchos detalles.
Visitamos muchas zonas y encontramos el pueblo ideal y una familia que vivía a pocos kilómetros. Seis meses después del rodaje volvimos para hacer más tomas de unos detalles pero la casa de madera de la familia ya era de cemento. El camino de tierra ya estaba asfaltado… Había perdido ese toque rural y gris. Esto es muy normal en Tíbet: lo que ves hoy puede que no lo veas mañana. La tradición es muy difícil de preservar, por eso quise grabar con ese tono documental, como memoria. (…) Rodamos en 35mm. Fue bastante costoso porque los actores, que no eran profesionales, tenían que repetir varias tomas. Reducimos los costes de iluminación y el alquiler de equipo al decidir rodar la mayoría de las escenas en su entorno natural, sin luz artificial. También el sonido ayuda a crear esa impresión de realidad. Los ruidos de fondo enfatizan las emociones del personaje. El sonidista estuvo una semana por el pueblo recolectando sonidos.
La ausencia de los afectos en sus películas:
Es imposible transmitir todos los aspectos de una sociedad en una única película. Yo puedo elegir solo unos pocos. Dicho esto, en Tíbet no tenemos un contacto muy cercano, no mostramos mucho nuestros sentimientos, ni por gestos ni por el lenguaje. La interacción es muy sutil e indirecta, incluso en las relaciones de pareja. Nunca diremos ‘te quiero’ directamente, lo diremos con un mensaje escondido que las dos partes entienden.
Vaya! En China también existen las castas / familias de cineastas. Será algo hereditario? Una especie de gen? O un privilegio endogamico que en muchas ocasiones empobrece el propio arte……? Saludos.