Hacía mucho tiempo que no iba al cine por la mañana. Descontando festivales creo que fue War Horse, de Spielberg, la última sesión matutina que viví en los Ideal antes de que las desterraran de su cartelera. El café Kino de Madrid tiene una pequeña sala con 12 butacas que abre temprano. A las 11 y pico ya puedes meterte en ella y dejar que el barrio vaya haciendo sus compras mientras tú intentas encontrarte con el día, medirte con él y pactar por dónde iréis el resto de la jornada. Puede que de la proyección te lleves una frase, una imagen, una energía distinta a la que traías de casa y eso te dé la oportunidad de recolocar tus planes.
El jueves proyectaban Juegos secretos (Todd Field, 2006) dentro del ciclo amoroso que San Valentín siempre impone al castigado mes de febrero. Aunque la película está en Filmin y el nivel de comodidad entre mi sofá y el del Kino es similar, pensé que el rostro de Kate Winslet se merecía una pantalla mayor que la de mi portátil. Me acerqué con la curiosidad de saber si alguien más habría tenido la idea de ir a aquella sesión matutina pero me encontré con la sala para mí sola. Cuando la encargada cogió la carátula del DVD vio que el plástico aun estaba sin quitar. «La estrenas tú», me dijo, y lo quise interpretar como una recompensa inesperada. En febrero está permitido extraer romanticismo hasta de un envoltorio.
Ya había estado en la sala otras veces pero nunca con ella vacía. Era como si me hubieran dejado sola en el salón de una casa ajena, a los pocos minutos ya te haces con el espacio y dejas de pensar que los dueños podrían aparecer en cualquier momento. Recuerdo que en otoño, cuando pasaron por allí los trabajos de Samuel Alarcón y Guillermo G. Peydró, presencié alguno de los coloquios y que el ambiente nocturno era distinto, más ajetreado. En el Kino dejan hueco para charlar y discutir después de la proyección, no hace falta salir pitando. Me gusta además que su cartelera incluya cortos, ahora también se han animado con un festival.
Normalmente en invierno cuando sales del cine, vayas a la sesión que vayas, siempre es de noche. El jueves no, el jueves salí a la calle y había una luz grisácea e intensa. Noté que había llovido, eran casi las 2. Volví a casa pensando en el montaje de la parte final, algo embarullado al tener que cerrar con dignidad las cuatro tramas que se habían ido abriendo (¿por qué todo lo que abres tiene que cerrarse?). Me quedé con el color rojo del bañador que la protagonista se compra cuando deja que la vida tambalee un poco su rutina, a veces un poco es suficiente. Un bañador rojo es suficiente. Empezó a llover antes de que llegara al portal y ya eran las dos y cinco. Me entraron ganas de que llegara el verano, del olor a cloro de las piscinas.