En ocasiones el ansia por encontrar similitudes entre películas puede conducir a puentes forzados, construcciones que se derrumbarían antes de que pudiéramos siquiera pisarlas. Otras veces, sin embargo, al juntar dos largometrajes surge entre ellos una pasarela tan férrea que quedan convertidos en dos caras de la misma moneda. Uno nos lleva en volandas hacia el otro y desde este último se puede percibir el anterior de manera diferente, mucho más profunda. Esto ocurre con las recientes VidaExtra (Ramiro Ledo, 2013) y El futuro (Luis López Carrasco, 2013) -que estos días se proyecta en Cineteca-, dos películas que convocan en su metraje sendas reuniones de jóvenes y les dejan hablar o bailar. Lo que ellos necesiten o lo que a ellos les apetezca. Lo que la Historia haya decidido.
– Padres e hijos
Partiendo de una confrontación entre La estética de la resistencia de Peter Weiss y la ocupación del Hotel Colón de Plaza Catalunya en 2010, el núcleo central de la ópera prima de Ramiro Ledo es un gran plano fijo que nos muestra la vista general de una cocina. En ella, y con la velocidad de la imagen invertida, cinco personas (¿personajes?) conversan la víspera de la huelga general convocada en España en septiembre de ese año. En tono distendido, se reconocen «derrotados» y subrayan la precariedad política y laboral. Curiosamente López Carrasco podría estar hablando en esa cocina. Esa misma palabra, «precariedad», aparece entre los motivos que le empujaron a realizar El Futuro, su primer largometraje al margen del Colectivo Los Hijos:
«Por vez primera en mi vida, la incertidumbre y la precariedad es tan alta, tan excesiva, que no soy capaz de vislumbrar ningún camino. (…) Desde esa incapacidad para poder planificar mi futuro decidí echar la vista atrás y mirar a la joven sociedad española de 1982, que tenía todo un país por construir. «
Para poder observar más de cerca a esa sociedad que presenciaba el triunfo socialista saliendo ya de la Transición, el director recrea una fiesta a la que van acudiendo jóvenes de clase media. Esta inmersión de López Carrasco en el pretérito queda unida con el anclaje actual de Ledo a través de la idea de la herencia, herencia de responsabilidades y de conformismo de aquellos hacia nosotros, pero también de nosotros con el pasado.
Aunque sea muy discutible definir generaciones en base a cinco o veinte jóvenes, resulta sugerente pensar que los protagonistas de VidaExtra bien podrían ser hijos de los personajes de El Futuro, hijos biológicos, de un mismo país y de un sistema. Unidas, las propuestas formales nos ayudan a marcar el paso del tiempo y esa evolución hacia la decadencia, hacia la resaca. Si en El futuro -rodada en 16 mm- nos emborrachamos de color y de música, en VidaExtra -puro digital- escuchamos las conversaciones de forma austera y casi a oscuras. Hablan las espaldas de los personajes porque apenas vemos sus rostros (poco importan, esas voces podrían pertenecer a cualquier cara) mientras que en El Futuro en cambio la excitación del momento se vive en plano corto. El teleobjetivo va a la caza de besos y sonrisas, muecas, pezones incluso. Predominan las ganas de mostrarse y presumir, de festejar.
A la izquierda jóvenes de 1982; a la derecha, jóvenes de hoy
– Recreaciones de un archivo histórico
Partiendo de un planteamiento antinarrativo y con interés por lo experimental (ambas podrían relacionares con El sopar de Pere Portabella), otro punto en común entre las dos películas es el ejercicio de reconstrucción que llevan a cabo. Los dos directores establecen un dispositivo que delimita una parcela de ficción -localizada en un espacio doméstico- pero dentro de ella permiten que las situaciones y los personajes evolucionen con naturalidad. Esta hibridación con el documental hace más complicado definir el resultado final. La verosimilitud estética de El Futuro (basada en la fotografía de Ion de Sosa, el diseño de producción y el vestuario) roza la categoría de found-footage y la sinceridad de VidaExtra (una espontaneidad coloquial, que no exige protagonismos y que reconoce la autocrítica -«estamos jodidos pero me veo incapaz de hacer algo»-) podría hacerse pasar por material robado de una cámara oculta.
Al igual que las letras de su banda sonora, que parecen contener un mensaje cifrado, El Futuro también se encuentra finalmente con una polisemia visual, unas fisuras en el celuloide que recuerdan aquel Tren de sombras de José Luis Guerín (1997). Por esas grietas parece querer brotar una ficción subterránea que ha estado esperando a ser contada pero que no recibe ni el tiempo ni el espacio para poder hacerlo. El intento por escarbar en las imágenes y dejar que confiesen no va más allá y esas roturas acaban siendo una representación del síntoma que anticipa el deterioro del material y de la propia Historia. En VidaExtra, en cambio, todo lo que hay queda sobre la mesa y no se echa en falta salir de esa cocina. En este sentido, incluso podría prescindirse de los insertos que puntualmente, como ráfagas, ilustran lo comentado por los personajes. El punto de vista que adoptamos como oyentes resulta suficiente, no parece necesario ser también espectadores de su memoria.
– Lo que suena en 1982 y lo que se dice en 2010
Ya sea para articular el discurso o para impedirlo, en las dos películas el sonido acapara la comunicación frente a la imagen. La desincronía que ambas presentan consigue que el ojo y el oído no se acomoden y trabajen por separado. Es llamativo que los dos directores hayan optado por introducir el contexto político (discursos institucionales o asamblearios) de forma sonora y sobre la pantalla en negro. A lo largo de todo El Futuro oímos mucha música pero escuchamos poco, igual que sus personajes que apenas parecen interesados en ponerse a debatir en mitad de una celebración. La música ahoga por tanto las conversaciones pero las palabras que nos llegan son suficientes para situar con brochazos los temas predominantes: droga, sexo, terrorismo… Mientras tanto en VidaExtra se escuchan muchas cosas. Un turno de palabra, editado con fluidez y coherencia, va alternando ideas sobre el presente que dejan ver de nuevo ese hilo que nos une con el pasado. Son argumentos moderados, no hay discusiones entre posiciones extremas ni una militancia cerrada. Queda registro de esa falta de identificación política que tanto nos define y de la ausencia de respuestas para lo que queda por solucionar.
– ¿De la sala al museo?
Por último, salgamos de la sala de cine por un momento e imaginemos un lugar donde estas dos películas podrían hablarse de cerca. Un habitáculo decorado como el salón, sobre cuyas cuatro paredes se proyectan imágenes de El Futuro, con una lámpara de colores que lanza ráfagas de luz y con la música a todo volumen («Podemos ser héroes, héroes, héroes…»). Miremos donde miremos estamos rodeados de gente, escuchando conversaciones ajenas, palabras sueltas aquí y allá. Estamos dentro de una fiesta.
Salimos de esa sala con el ritmo en la cabeza y entramos en la habitación contigua.
Un cuarto oscuro, más pequeño, en el que sólo se adivinan las sombras de VidaExtra. Un encuentro silencioso y nocturno, casi clandestino si lo comparamos con la algarabía anterior. La voz de él hablando sobre el consumo cultural, sobre la economía sumergida, la inviabilidad de formarte, sobre ir a la universidad cada mañana y morirte del asco… Quizá si te concentras aún puedas oír de lejos el tenue zumbido de la música de la otra sala pero de poco vale, la letra es ya ininteligible. Ningún héroe anda cerca, si es que alguna vez lo hubo.
Poder pasar de una película a otra en cuatro pasos sería como atravesar un contundente túnel del tiempo. ¿Una instalación las transformaría automáticamente en videoarte? ¿Encontrarían en el museo un destino más acogedor y un público más accesible que en los cines? ¿Son los dos modos de exhibición incompatibles?
*El Futuro se proyectará en enero en la Cineteca de Madrid. VidaExtra está disponible en Márgenes hasta el 31 de diciembre. Otros enlaces de interés:
-Entrevista a Ramiro Ledo en El cine que viene
-Entrevista a Luis López Carrasco en Blocs&Docs y en Cinencuentro
–Primavera tardía por Jonás Trueba