Gijón (I). Carmen Frías: 40 años reescribiendo películas

Hay tipos de manos muy reconocibles. Las de pianista con dedos largos, las de costurera con callos en las yemas. ¿Y cómo serán las manos de una montadora de cine? Las de Carmen Frías, que ayer recibió el Premio Mujer de Cine, son más bien pequeñas, con un anillo grande redondo y 80 películas entre los dedos (Belle Époque, Huevos de oro, Guantanamera…). Al igual que sus manos ella hoy podría pasar desapercibida. Poco después de su discurso de agradecimiento, Carmen pasea tranquila por el Palacio de Revillagigedo, recorriendo la exposición dedicada al trabajo del fotógrafo Pipo Fernández. Hay instantáneas de rodajes y galas de premios, la silueta de Almodóvar aparece repetidamente, sobresale también un retrato de Pilar Miró, otro de Marisa Paredes vestida de rojo… Ningún montador ni montadora entre estas fotografías. Quizá sea mejor así, que la sala de edición siga conservando cierto misterio, intimidad.

Minutos después vuelvo a encontrarme a Carmen sentada en el patio, conversando con otra mujer. Me atrevo a acercarme. «¿Le importa si le hago algunas preguntas?» «Claro que no, si no son muy complicadas…». Saco la grabadora y me siento en el suelo. Ahora bien, condensar 40 años cortando y pegando películas en apenas unos minutos puede que sí sea complicado… 40 años «reescribiendo», así es como define ella el montaje: la reescritura de una película.

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«Yo empecé aprendiendo el oficio, era meritorio. Mi padre era atrezista de cine y me puso con una montadora que se llamaba Petra de Nieva. Ella me enseñó toda la mecánica del montaje, que era harto complicada porque se trabajaba con película. Después trabajé ya de auxiliar con Pedro del Rey y después con otra montadora, Magdalena Pulido. Mi maestro, quien me enseñó a montar, fue el director Antonio Isasi. Con él yo me encontré por primera vez con 100.000 metros rodados cuando la media de las películas españolas era de 20.000 o como mucho 30.000. Fue ahí cuando cogí verdaderamente toda la experiencia. El propio Antonio cuando acabé me dijo «ahora ya empiezas a ser una buena montadora».

«Pienso que el aprendizaje que ofrecen las escuelas es más teórico que práctico. La práctica se alcanza con muchas horas de montaje, con muchas películas a la espalda. Antes tenías un maestro y él te iba enseñando todos los rudimentos. Cuando una persona sale de la escuela debe empezar a trabajar de ayudante si de verdad quiere aprender a conocer el oficio. Luego si tiene algo dentro, si son rosas florecerán. Si no tiene nada dentro, no habrá rosas.»
La sala de montaje «no es un confesionario, sino una sala de intimidad. Ahí se reescribe el guión de la película. Se va viendo cómo queda, cómo va a funcionar de cara al público. El director está muy desnudo y se crea una relación muy estrecha. ¿Cuándo la relación funciona bien? Es una cuestión de piel, si se tienen las mismas ideas enseguida se encuentran esos puntos en común. Si no surgen al principio, ya no se van a encontrar».

«Una película, además de la reescritura del guión, son muchos aspectos. Uno fundamental es la claridad en la narración, es decir, que lo que quieres contar -incluso para esconder ciertas cosas- lo cuentes con claridad. El director interviene muchísimo en la toma que le gusta más, si ha pensado que es conviene comenzar por ese plano, por ese otro…  Pero el punto exacto donde tú quieres hacer el corte es algo del montador. Con esa decisión estás manipulando los sentimientos del espectador sin que se dé cuenta. Y ese punto va en función del ritmo interno del montador.»

Lo que se queda por el camino
«Cuesta descartar planos y es natural que sea así. Detrás de un plano hay mucha energía, ilusión y… dinero. Rodar un plano cuesta mucho dinero. Yo soy un poco bruta y a veces cuando veo el material digo: «ah, qué bonito, este plano es para tirarlo». El director se escandaliza pero poco a poco se logra. Si ese plano lo único que hace en la narración es interferir, molestar, irse por unos caminos que el espectador no sigue, no debería estar ahí. Depende de cada director que cueste más o cueste menos pero normalmente se consigue.»

Ser espectador siempre
«Cuando estoy montando una película trabajo a las órdenes del director y a las órdenes del productor en todo el aspecto económico. Pero lo que yo tengo en la cabeza, en la frente, es el público. Puede parecer una tontería pero realmente yo trabajo para el espectador. Nunca he dejado de ser espectadora.»

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