Nunca antes había sentido ese olor en un cine. Normalmente los cines huelen a palomitas, a productos de limpieza o a una mezcla de perfumes en la última sesión del día. Zumzeig Cinema lleva abierto en Barcelona apenas tres semanas y sus 68 butacas aun desprenden ese olor a estreno. Su coordinador Guillaume Mariès me la enseña un viernes a las 4, cuando aun está cerrada. Todavía no hay nadie en el bar, un lugar acogedor formado por varias mesas, un sillón en la entrada y un agradecido revistero con publicaciones especializadas. En el cuarto de proyección me cuenta que, además de estar digitalizados, también querían mantener el formato de 16 y 35 mm. Esteban Bernatas, socio fundador, se decanta por ofrecer una programación cuidada en la que pueden encontrarse películas de ficción y documental, también videoarte, colaboraciones con distribuidoras más pequeñas como Cinebinario, coloquios, debates, pases con música en directo… Supongo que en esto también se nota el olor a nuevo. Cine que desea ser más que metraje, que busca su público y el público lo busca a él. Un espacio para que se encuentren.
Me queda el gusanillo de ver la sala en movimiento así que vuelvo dos horas más tarde, cuando ya está abierta, y entro a ver Dragonslayer (Tristan Patterson, 2011). Al terminar la película el paisaje es bien distinto. Hace calor en Barcelona a pesar de estar casi en noviembre y la puerta principal está abierta para que se cuele algo de brisa. En 10 minutos se han llenado todas las mesas y parte de la barra, el murmullo va creciendo pero nunca sobrepasa lo molesto, se mantiene en ese nivel que mece el oído y rellena el silencio sin aplastarlo. Los folletos azules que anuncian la agenda están repartidos por todo el local y las Z de Zumzeig (zumbido en catalán) decoran las paredes. Luz agradable, entorno de madera, una caña por aquí, unos vinos por allá…El grupo del fondo ríe, los de al lado discuten sus problemas de pareja.
El proyeccionista, que también vende las entradas, se acerca para preguntarme qué me ha parecido la película y su banda sonora. Dragonslayer retrata la vida de Sckreech, un staker norteamericano que se pasa el tiempo casi siempre borracho o casi siempre fumado, o a veces las dos cosas al mismo tiempo. A ojos de la sociedad puede pasar por alguien marginal pero desprende una energía diferente, calmada pero activa, alguien que puede aparentar estar perdido pero no parece frustrado por ello. La historia avanza estructurada en capítulos cortos, una cuenta atrás que salta entre viajes y piscinas abandonadas. La música se ve interrumpida cada dos por tres, no hace falta esperar a que termine la melodía o el estribillo porque tampoco la vida da oportunidad a los finales limpios. Un día Skreech está patinando en Suecia y en el capítulo siguiente ocupa con sus amigos una piscina vacía de Orange County. En un momento de la película le preguntan cuál sería el mundo ideal para él. «Este mismo pero con la gente congelada. Salvo el agua de los ríos que seguiría fluyendo y los animales. Los demás estarían congelados. Entraría en las casas de la gente, patinaría en sus piscinas, abriría sus neveras y prepararía comida».
Me sorprendo imaginando un final reversible y contrario para mí: yo congelada mientras todo continúa alrededor. La camarera seguiría colocando esos pequeños tiestos por las mesas, la pareja hablando de sus cosas, el proyeccionista atendiendo la entrada, la música sonando, la gente entrando y saliendo buscando sitio…y yo aquí, sin escribir pero con la libreta abierta, con la copa medio vacía (medio llena), la cámara de fotos apagada en el bolso. Afuera el mundo, dentro el cine y yo en medio, congelada, respirando este olor a nuevo.
Tiene futuro con una cuidada programación y en una ciudad como Barcelona es una garantía y además llena un gran vacío en las salas de cine.
Por otro lado esos «ruidos» o murmullos que rellenan el silencio sin aplastarlo son media vida; la otra media serían los silencios que no aplastan los murmullos….
Bien por el cine diferente! Muchas gracias por esta preciosa noticia!
Gracias a ti por leerla. Yo confío en que tendrá futuro, también depende de nosotros, de valorar esos espacios y apoyarlos.
Y sí, es verdad, los silencios también son media vida.
Abrazos.
Que se abra una sala de cine… en vez de cerrarse… ¡es una noticia asombrosamente buena!
Cada nueva sala de cine, una ola expansiva…
Besos
Hildy
Se agradece que lleguen estas buenas noticias, a ver si la onda expansiva acaba alcanzando ciudades más pequeñas que también se las merecen.
¡Nos vemos pronto espero!
Besos.