¿Cuánto hay de verdad y cuánto de mentira en la película? Recibir esta pregunta tras la proyección de tu ópera prima no debe ser fácil. En los dos coloquios de Mapa (Siminiani, 2012) que presencié el interrogante salió en numerosas ocasiones, planteado de forma general pero también apuntando a detalles concretos de la trama (“¿y la conversación aquella?”, “¿y el mensaje de la mañana?” “¿y el final…?”). Ocurrió lo mismo en el pase de La Plaga, película de Neus Ballús que, junto a Pau Subirós, ha obtenido este fin de semana el premio al Mejor Guión en el festival Cinespaña. Ballús ha dirigido una película que parte de un estrato documental y al que le va sumando estrategias de ficción. ¿Cuáles? “Fundamentalmente lo que hicimos fue simplificar”, explicó. Por un lado el metraje (las 90 horas grabadas se han quedado en 85 minutos) y por otro la composición de los personajes. De cada uno de ellos tuvieron que destacar ciertos rasgos y omitir otros. Aun así siguen conservando una riqueza apabullante, toda la película lo hace. Se notan los cuatro años de trabajo previo que la sostienen.
Hay películas documentales sobre historias humanas en las que uno se imagina al cineasta saliendo de casa vestido de cazador, en busca de la presa más apetecible. La otra opción es salir por una inquietud. La de Neus Ballús era un espacio a las afueras de Barcelona en el que la vida rural queda rodeada por autopistas. Supongo que en cuanto decides tener la paciencia y el arrojo para querer conocer (fácil decirlo pero cuánto nos cuesta) ahí ya intervendrán intuiciones e imprevistos, quieras o no quieras, hallazgos que echarán por tierra lo que pensabas hacer, dónde pensabas grabar, qué pensabas contar… Aprovechando estos nuevos caminos que van surgiendo no sé si llegas más lejos o más cerca, pero llegas a otro sitio. Es un lugar en el que el plano de una anciana, María, caminando por la carretera ya condensa toda su personalidad, un lugar en el que la escena mil veces rodada de tres hombres viendo el fútbol tiene un significado mucho mayor. Los ves y lo entiendes, entiendes el contacto físico, esa liberación, esa risa, el abrazo… La verdad que transmite esa escena contrasta con el desvelo posterior que algunos sintieron por separar lo documental de lo ficticio. La preocupación fue tal que en el coloquio se llegó a preguntar si la plaga en realidad había sido de mosca blanca o de otro insecto… ¿Acaso importa?
“¿Qué hace falta para no pensar?” le pregunta María a su cuidadora en otra secuencia de la película. Insiste varias veces, las respuestas de ella no le convencen… “¿Qué hace falta para no pensar?”… ¿Y qué hará falta para no ser tan desconfiados? Hace tiempo que lo oímos, el documental ya no es un género sino más bien un territorio sin vallas, con cruces de una parcela a otra. Ha quedado demostrado que la hibridación no es una trampa, que llevas las de perder enfrentándote a una película si crees que trata de engañarte, pero a la hora de la verdad seguimos en las mismas, intentando detectar mentiras o medio verdades. ¿Qué hace falta para no pensar? Pues sentir, bajar la guardia durante 85 minutos y permitirte un rato de vulnerabilidad, confiar, dejar que el sol te queme, que la lluvia de ese lugar te moje… La otra opción es continuar como hasta ahora, desperdiciando abrazos.
*Si quieres leer más sobre La Plaga:
–Entrevista de DW a la directora
–Crítica de Jordi Costa
–Crítica de Ángel Quintana