Uno los sitios más imprevisibles donde se puede acabar hablando de interpretación actoral, el método y subtextos es una gasolinera. Ocurrió hace unas semanas durante el rodaje de Fantasma, de camino a un pueblecito en el que, como luego descubriríamos, unos niños acabarían saboteándonos la grabación. Conducía Alfredo, sonidista, y de copiloto se sentó David, director. Detrás los actores –Cristina Soria y Rodrigo Saénz de Heredia– y yo como ayudante de David. Quizá esta sea una buena definición de equipo reducido: aquel que cabe en un único coche.
Alfredo, un apasionado de la película La mitad de Óscar, aprovechó la parada en un área de servicio para preguntarle a Rodrigo, su protagonista, cómo había sido aquel rodaje y el trabajo con el director, Manuel Martín Cuenca, que hace apenas unos días ha presentado en Toronto con muy buenas críticas su nuevo filme, Caníbal. Como aquella conversación me supo a poco, vuelvo a reunirme con Rodrigo días después de que Fantasma ya haya terminado. Ahora sin claquetas ni olor a gasolina, le pido que me vaya contando lo que recuerda de la vida solitaria de aquel guardia de seguridad que se tambalea ante el regreso de su hermana a Almería. Cómo construyeron un personaje tan atormentado y cómo después ocultaron esa tormenta, porque La mitad de Óscar es una historia compuesta por capas y capas que tapan los impulsos que laten debajo. «Y es que taparlos es más interesante. A Manolo le gusta mucho ese verbo, tapar». Lo dice también el propio director en estas notas más que inspiradoras: «Creo que el silencio es la mejor forma de transmitir el alma. Lo que no se dice y lo que se habla para no decir esconden lo que verdaderamente importa».
Rodrigo explica su oficio con tanto respeto y pasión que me marcho lamentando que la dirección de actores se trate tan de pasada, cada uno por su cuenta, en las clases de audiovisuales y en las escuelas de cine. ¿Miedo, desconocimiento, falta de tradición…? Futuros directores y actores podrían aprender a utilizar el mismo lenguaje, a investigar juntos, a ponerse uno en el lugar del otro, aprovechar la libertad y el descaro que deberían tener los comienzos… Aunque eso no ocurra, afortunadamente acabas cruzándote con actores como Rodrigo que te recuerdan lo bonito que puede ser contar historias entre todos. Y lo fascinante que acaban siendo cuando permites que respiren por sí solas, en la incertidumbre, siempre en constante movimiento, como en un precipicio a punto de caer… Antes, durante y después de cada toma.
-La libertad desde la escritura
Yo ya admiraba el trabajo de Manolo [Martín Cuenca] por El juego de Cuba, La flaqueza del bolchevique y Malas temporadas. Le conocí en un taller que él impartía y tuve un flechazo. Me encontré con alguien que me entendía y hablábamos el mismo idioma. Utilizaba muy inteligentemente cosas que yo como actor también utilizo. Poco después me dijo que me quería para interpretar al protagonista de algo que tenía en mente y que luego sería La mitad de Óscar. Entonces apenas tenía escrito el guión y me hizo formar parte de ese proceso, cosa que lo hace todavía más grande. Lo supe un año y medio antes de rodar y eso nos dio mucho tiempo. Me pasaba varias versiones o me comentaba, me pedía impresiones… Yo tenía ya muchos datos de lo que quería hacer y del personaje. Para Manolo el guión, el proceso de escritura, es abierto. Le va echando capas con los actores, está rodando y todavía está abierto y eso lo agradeces porque pueden no suceder cosas… Trabajar así es una maravilla. Creo que Manolo empezó un viaje en La mitad de Óscar porque pudo ser libre para experimentar.
– Tachar los adjetivos, crear verbos
En la vida real te van a dar pautas pero no sabes en qué código ni cómo. Por eso siempre he ido buscando cosas para complementar mi formación, para ser capaz de rellenar lo que no me dicen o traducir lo que me dicen. Por ejemplo los famosos adjetivos, cuando te dicen «aquí tienes que estar furioso»…»Furioso» puede ser muy abstracto, hay muchos tipos de furia. Iñaki Aierra me enseñó a coger un guión y a tachar los adjetivos, a ser detective pero en otros sitios… Te puede decir más el hecho de que que haya una foto del protagonista con su pareja que un adjetivo como «furioso». Manolo había entendido todo eso, es muy inteligente. Se ponía en la piel del actor, utilizaba los verbos activos, el subtexto, la sustitución, las estrategias… Le daba importancia a la escucha, a lo concreto: qué te vale aquí y ahora, no a buscar una literatura del personaje sino lo que te sirve en ese momento.
-Quitar lastres para poder no pensar
Hay todo un trabajo que el actor tiene que traer de casa y al que Manolo también le da importancia. Una serie de preguntas, saber quién es ese personaje, cómo respira, para luego poder ir a lo concreto. Yo lo llamo quitar lastres. Quitar lastres para poder llegar a escuchar, poder disfrutar en una escena o en un set de rodaje. Hay que quitarse el lastre del texto, del «dónde vienes», «quién eres»… Acumular unas capas del personaje para que tú ya puedas no pensar. En este oficio el que piensa pierde, el talento va con la intuición. Puedes llegar a ser un actor resolutivo o correcto sin ella, pero la intuición es el talento. Es una inteligencia emocional, sensorial… Está ahí, en el actor, hecha de sus experiencias, de observar, una chispa que le permite vivir una situación sin ningún esfuerzo.
-Las trampas vs la trinchera
Es otra de las cosas buenas que tiene Manolo, juega contigo, te pone trampas en el buen sentido. Si te has quitado todos los lastres, estás escuchando y estás en el personaje puede ocurrir lo que sea. Si él antes de grabar viene y te dice algo oído ¡pum! te modifica dentro el personaje. Eso es muy bueno porque de repente ocurren cosas. Es muy difícil para un actor porque tendemos a atrincherarnos y a tenerlo todo seguro y es algo que yo odio. Después de trabajar con Manolo me parece maravilloso que alguien quiera que ocurran cosas diferentes a las que haya. Los actores inconscientemente intentamos tenerlo todo atado, por supervivencia. Es un vicio que debemos vencer. Manolo en cambio tiende a sacarte de la trinchera cada dos por tres y así lo mantiene vivo. Hay gente que no te pide eso, te exige algo concreto y milimétrico, cerrado. En ese sentido, por ejemplo, a Manolo no le gusta poner marcas, sólo las pone si no tiene otro remedio por luz o por cámara. Está al servicio del actor, te protege mucho.
-«Ahora que lo tienes, tápalo»
¡Otra cosa fantástica! Manolo utiliza mucho ese verbo, tapar, «es mucho más interesante tapado». Porque a veces por ejemplo no es interesante ver llorar al personaje…Con Manolo fue muy fácil quitar lastres para poder luego abandonarte a escuchar y a vivir, a ver qué pasa, aplicar esas estrategias, que te sirvan las trampas. Por lo menos en mi caso hay un trabajo previo importante para que todo eso esté porque si no lo haces tiras de oficio, de cosas externas, no escuchas y no sientes. Y entonces ya empiezas a juzgarte…
-La lentitud del tiempo y el espacio en La mitad de Óscar
Nos vino muy bien tener tiempo antes de rodar y que el guión y la historia reposaran. Por ejemplo, tuve tiempo para investigar qué es el incesto, algo que marcaba el conflicto que tenían los dos protagonistas en ese momento, ese tabú, y me encontré con muchas trabas para recopilar información. Íbamos cogiendo y desechando cosas, reposando… Y eso le vino muy bien al ritmo del personaje.
Cuando llegó la hora, Manolo nos pidió a los dos actores principales una disponibilidad total durante las dos semanas anteriores al rodaje. Eso te dice mucho de la implicación que exige. Quería que viviéramos Almería, la atmósfera que quería transmitir. Eso para un actor es la panacea. Manolo te da estas cosas, te lo hace más fácil… Te mima y te exige pero es que te lo da todo. Es un proceso que vives. Llegué a Almería y me puso en un piso apartado de todo el equipo para que viviera la soledad del personaje. Allí trabajamos dos cosas fundamentales relacionadas con esa pausa interna: la soledad y también la geografía de Almería. Me llevaba de excursión y me decía: «¿Ves las rocas, el sol, la sal…? Eso es Óscar». Trabajé con esa imagen de roca, algo duro, inamovible, pero con una herida… La soledad, la tradición militar del personaje también era muy importante, esa disciplina… Una roca atormentada. También hicimos improvisaciones entre Verónica [Echegui] y yo para tratar nuestra vida anterior. A mí me mandaba a vender naranjas con el actor que interpretaba a Miguel, el único amigo de Óscar en la historia. Durante unos días me levanté a las 5 de la mañana para vender fruta con él. Uno de esos días me sonó el teléfono, una llamada desconocida. Lo cogí y me saltó el contestador que sale en la película, con la voz de Verónica: «Óscar, yo…». Eso por ejemplo me ayudó muchísimo, esa sorpresa de encontrarme a las 7 de la mañana trabajando en un bar de carretera y oír el mensaje, sentirlo.
-La secuencia del taxi con Antonio de la Torre
Antonio [de la Torre] vino directamente del rodaje de Balada triste de trompeta y yo con jet lag de un viaje desde Colombia. Le conocí ese mismo día y había poco tiempo para ensayar. A mí Antonio me hace mucha gracia y no hacía más que reírme. Manolo incluso se llegó a mosquear y le decía que no me hiciera reír, que nos teníamos que llevarnos mal. Hicimos varias improvisaciones para llegar a ese punto violento, a la esencia de esa escena en la que dos soledades se encuentran y tienen un conflicto muy cotidiano. Rodamos a las 4 de la mañana. Teníamos cortada la carretera para grabar la escena seguida. Esa es otra cosa buena de Manolo: intenta respetar el ciclo normal de la situación, para ver el conflicto en su conjunto. Aunque sean planos cortos lo graba todo entero porque cualquier cosa puede suceder. Conmigo utilizó diferentes subtextos, probó varias sustituciones. Es una escena en la que hablo muy poco pero me exigió tal extremo de agitación interna que lo llegué a pasar mal emocionalmente. Me buscaba una trampa, un verbo, una sustitución pero luego me pedía que aguantara con eso, que no hiciera nada, que estuviera quieto. Y como actor, como personaje, tú quieras hacer pero él te pide que aguantes. Siempre me sujetaba.
-La escena final del amanecer con Verónica Echegui
Rodar esa escena fue muy bonito porque nos la jugábamos todos los días, nos levantábamos a las 4 de la mañana y había algo de magia teatral. Tenía que ser ese instante y había que rodar, esperar a que saliera el sol y de hecho hubo dos días en los que no salió… Es que…¡Tendría que contar tantas cosas! ¿Cómo Manuel prepara esa escena? Uf… Él trabaja con muy pocas personas, un equipo muy pequeño y sobre todo en esa escena. Quería que no hubiera nadie, que no sonara nada. Estaba él en un rincón y poco más. Apenas ensayamos en set porque ese trabajo ya lo llevábamos de antes y él lo tiene muy claro. Crea una atmósfera especial. Nos quería preparados allí 15 minutos antes y que Verónica y yo estuviéramos juntos. Estuve escuchando música, algo que para Manuel también es muy importante. Yo siempre busco mi música para cada trabajo y Manuel me mandaba canciones para Óscar. Tengo dos o tres canciones que siempre irán unidas a su tristeza y a su melancolía, también al recuerdo de María [el personaje de Verónica Echegui].
Estuvimos 15 minutos allí agarrados, viendo cómo se iba aclarando el día, no se escuchaba nada… Esa toma es la única de las cuatro en la que nos besamos. Para que veas cómo trabaja él, ocurre o no ocurre. Si ocurre orgánicamente bien; si no es así, no ocurre. Otro concepto que trabajamos es el de la completa seguridad de Óscar de su amor por María y del amor de María por él, una fe absurda pero que le hace ser firme. Cuando en esa escena ella sale de cuadro, Manolo me marcó que aguantara allí. Yo no lo haría, yo quería ir, abrazarla, amarla allí mismo, pero cuando confías en un director, estás viviendo el personaje y el director te pide que aguantes, ese tira y afloja, es maravilloso, porque estás en algo, estás orgánicamente, vivo. Y lo entiendes, como personaje, «me quedo aquí porque me va a decir que sí, se va a quedar conmigo»… Eso es épico.
-Confianza y tranquilidad
Cuando vi La mitad de Óscar me quedé muy impactado. Yo nunca supe muy bien lo que estaba haciendo y eso para un actor puede parece algo horrible pero a mí me gusta. Se trata de confiar. Recuerdo que un día estábamos haciendo una escena que se le había ocurrido a él y no salía, no salía… Yo pensaba que era por mí. Al final del día le dije «Manolo, estoy muy preocupado, no me he quedado contento con esta escena…» Él, todo tranquilo y pachón con su pipa, me dijo: «No te preocupes, Howard Hughes decía que una película son dos o tres secuencias y esas ya las tenemos». Es esa facilidad para dar tranquilidad y confianza a un actor. Yo no era ni soy alguien mediático y de repente me dio la responsabilidad de una película. Lógicamente había un miedo a defraudar… Pero son cosas de trato y psicología. Manolo tiene una experiencia, se ha preocupado por ser director de casting, ayudante de dirección, ha pasado por muchos puestos y le ha gustado ser actor… Todo esto se nota.
– Buscar al actor que quieres ser
Hay que tener interés e inteligencia para manejar esos instrumentos y nociones de técnica actoral, para poder ponerte en el lugar del otro. Ir recopilando de aquí y de allá, el verbo, la máscara… Conocer los instrumentos y la materia prima que tienes y eso es lo que las escuelas no dan. No hay un interés por el actor. En América se habla de todo esto, aquí no. Aquí hay un gran desconocimiento en las academias de interpretación y en las academias de dirección. O te lo buscas tú o adiós muy buenas. En Inglaterra por ejemplo hay una tradición teatral, hay unos espectadores, los actores son respetados, no todo el mundo puede ser actor y puedes estar sirviendo copas y eres actor. Eso aquí no ocurre. Igual que veo que la industria está deslavazada, con muchos huecos y charcos, con cosas muy bonitas pero algo caótico, en la interpretación me da la sensación de que ocurre algo parecido. Siempre recomiendo a alguien que empieza que vaya a una academia porque le van a dar unos pilares pero que vaya a la escuela que le sirva, que busque su sitio, que también busque el actor que quiere ser. Eso no te lo van a enseñar. La búsqueda, otro gran tema del actor…
*Si quieres saber más sobre la película:
– Making of con entrevistas
– Descripciones de los personajes y notas del director en su web
… Andrea, de verdad, te estás convirtiendo en la cronista de otro cine español posible…
Interesantísima entrevista.
¡Cómo me apetece Caníbal… y ahora más que nunca La mitad de Oscar!
Besos
Hildy
¡Gracias, Hildy! Por lo que tengo entendido, Caníbal también parte de esta forma de trabajar con los actores. Yo también tengo muchas ganas de verla, ya la comentaremos. Fue una charla muy interesante, costó resumir las 2h en estos párrafos. Una gozada oír todo lo que Rodrigo contaba y notar el cariño que le tiene a esa película.