[Esta reseña trata sobre la segunda película de Sarah Polley pero comienza con una cita de un cineasta de Tejas y termina con un documentalista de Brooklyn hablando en Pamplona. Razón: los caprichos de mi memoria]
Documentary filmmaking is a way of making art from my memories
-Bill Brown
Stories we tell podría verse como un avión bimotor que se mantiene en el aire por dos motivos más que potentes. Uno de ellos sería la imposibilidad de conocer a alguien que ya no está y el impulso de acudir a versiones de terceros para colmar la necesidad de saber. El segundo motor es una pregunta de las que cuesta responder: ¿de dónde vengo? También porque una vez respondida puedes pasar a la siguiente, que no es menos complicada: ¿a dónde voy? Son dos motores que vuelan juntos porque Sarah Polley intenta hacer un retrato tan fiel como sea posible de su madre, que murió cuando ella era niña, y contar la historia de cómo encontró a su padre biológico, al que conoció cuando ya era adulta.
En un momento del filme, su hermano le pregunta a bocajarro de qué trata el documental que está haciendo. Sarah balbucea, parece no tenerlo claro y él acude en su ayuda. Es un auténtico hermano mayor y después de tenderle la trampa le tiende la mano. La memoria, dijiste.
La respuesta de Polley me hizo recordar la última película dirigida por Alan Berliner, First cousin once removed. En ella se acerca a la figura de su primo segundo, Edwin Honig, traductor y poeta que a causa del Alzheimer fue perdiendo la memoria. Berliner estrenó su película en la pasada edición del Festival Punto de Vista de Pamplona, en el que yo colaboré con el departamento de prensa. Me asignaron ser su traductora en las entrevistas con los medios locales así que me pasé dos días escuchándole y traduciéndole. Por suerte para mí, escogía muy bien las palabras, no dejaba caer la boca como invita a hacerlo el inglés americano y su acento de Brooklyn facilitó la tarea. Cuando días después llegaron los Benes -Rivers y Russell- comprendí lo fácil que había sido entender a Berliner. No sólo por el acento, es una apreciación más general y también extensible a su cine.
Me pareció un hombre tranquilo y humilde, incluso me resultaba cercano, familiar. Oí las mismas respuestas varias veces (porque le hacían las mismas preguntas) pero él no se cansaba de explicarlo y el cariño al referirse a su primo no se desgastó. Hablaba despacio pero contaba muchas cosas, por eso la libreta que guardo del festival está llena de notas que ahora, meses después, me cuesta descifrar.
Esta es la que mejor se lee porque fue la primera de todas:
“La memoria es un traductor de experiencias en pensamientos”.
Fue una sensación extraña entrar al cine a ver su película sabiendo tanto de ella: el argumento, la poesía de Edwin, la secuencia del tren, sus miedos acerca del Azlheimer… Sentía que de alguna forma ya la había visto. Sin embargo, conocerla de antemano no impidió que la disfrutara muchísimo. Supongo que una buena película resiste todos los spoilers posibles. Una tarde, volviendo al centro de prensa, le comenté que en uno de los coloquios Bill Brown -un cineasta que era miembro del jurado- se había referido al cine documental como una manera de hacer arte de su memoria (en inglés las palabras parecen casar mejor: «Documentary filmmaking is a way of making art from my memories”). Creo que la película de Polley trabaja en la misma dirección, aunque ella recurra a los recuerdos de unos y de otros para configurar una identidad perdida. Nadie asegura su fidelidad pero tampoco nadie puede negarlos. Una memoria frágil pero muy valiosa, capaz de abordar varias facetas de una persona: madre, pero también esposa y ex-esposa, actriz, amante, amiga…
First cousin once removed, en cambio, me dejó ver otra cara que no asoma con tanta frecuencia en el documental: el cine y el olvido. Berliner parece hablarnos de la memoria pero en realidad su película trata del olvido y de la liberación que este nos concede:
Una de las lecciones de esta película es que mi primo me ha enseñado el poder de olvidar. Perdió la memoria para borrar cosas que tenía que olvidar. Nos volveríamos locos si no pudiéramos dejar de lado aquello que nos duele.
Olvidar o recordar. Cada uno utiliza la cámara para atacar la memoria desde frentes distintos. También se puede coger de aquí y de allá para ir componiendo una memoria cinematográfica. No solo contiene películas, hay que saber guardar traducciones y paseos al centro de prensa, también hay cine en esos momentos. Ojalá Firt cousin once removed llegue a España aunque sólo sea por momentos como este:
Alan Berliner: Imagina que estás en una película y millones de personas te están viendo ahora mismo. Millones de personas te están viendo y puedes decirles lo que quieras. ¿Qué les dirías? Millones.
Edwin Honig: Diría…recuerda cómo olvidar. Nada más. Recuerda cómo olvidar. Nada más…
Mi querida Andrea, no conocía ninguna de las obras ni cineastas que reseñas hoy (sólo había leido de la segunda película de Sarah Polley) pero el texto que nos traes hoy no tiene desperdicio. Es muy hermoso y lleno de reflexiones interesantes y anécdotas que llevan a pensamientos. Lo he disfrutado mucho y además he aprendido.
Así, querida Andrea, que gracias mil.
Besos
Hildy
Gracias a ti como siempre por pasarte, leer y dejar tus huellas. Yo ando detrás de las películas de Berliner y espero que pronto me llegue alguna más. Esta vez desde Amazon, no queda otra.
Besos,
Andrea
Dan ganas de seguir explorando. Sobre todo el olvidado y necesario arte del olvido. Muy buen texto.
Gracias, Arturo. Lo menospreciamos pero él sigue ayudándonos a salir de muchas…