Tu propia pantalla en blanco

Antes de irse de viaje, un amigo me dejó en casa unos cuantos ejemplares de revistas cinematográficas para que las guardara mientras él estaba fuera. Son publicaciones recientes, de los últimos 8 ó 9 años. Ayer, mientras me hacía un café, me acerqué a la estantería y cogí una al azar. De la pila salió un Cahiers du Cinéma con una portada compartida por Bergman y Antonioni, que acababan de fallecer. Al ojearla reconocí inmediatamente un reportaje dedicado a En la ciudad de Sylvia, de José Luis Guerín. Partiendo el artículo, hay una fotografía de un cuaderno en el que se puede leer lo siguiente:

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Esa misma fotografía, de otro ejemplar, está colgada en mi pared. Seis años atrás yo me había comprado esa revista y había arrancado esa hoja. No suelo decapitar los artículos así como así, pero recuerdo que me gustó mucho la impresión de libertad que transmitía aquella hoja en blanco, la pantalla en blanco. Desde entonces se ha ido moviendo conmigo. Ese papel ha vivido en un colegio mayor, una estancia Erasmus y en tres pisos de alquiler. Es normal que con ese trajín ya haya dejado de ser blanco y los bordes se hayan transformado en un diente de sierra. Tiene restos de blu-tack y las esquinas están agujereadas por chinchetas (y eso que me he topado con paredes inmunes a lo primero y a lo segundo). Aun así, la coloco junto a la hoja reluciente de la revista que ahora tengo delante y sin duda prefiero la mía.

Tal vez sea buscarle tres pies al gato, pero intuyo que la blanca representa la inocencia con la que la arranqué, la ilusión de instituto, de estar descubriendo el cine. Miraba esa pantalla impoluta como si desde la entrada de un rascacielos intentara vislumbrar la última planta. Allá arriba estaba, reluciente. También un juguete nuevo al que tocas con pudor por si se rompe, por si lo estropeas. Demasiado respeto como para maltratarlo un poco y lanzarlo alto sólo por curiosidad, para ver hasta dónde puede llegar. Miedo a no saber cogerlo cuando aterrice…

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El pie de foto bien podría ser «Lo nuevo y lo viejo»

Por suerte ese miedo se va perdiendo. Es inevitable que el juguete se raye, que la pantalla se vaya manchando. Lo haces tú y también la manchan por ti. Son cicatrices buenas y malas que van quedando ahí, en cada traslado, cada rayo de sol que alcanza el papel y lo tiñe aunque tú no lo notes… Todas las historias siguen siendo posibles, pero ahora tienes que ir integrando esas manchas (vivencias, recuerdos, lecciones) con ellas, fundirlas. Resulta que eso es lo verdaderamente interesante y lo que distingue una pantalla de otra. No sirve de nada empeñarse en tomar distancia, marcarse como objetivo una historia neutra o confiar en que todo procede de la imaginación. Y si fuera así, en cualquier caso no sería tan divertido. Hay que mancharse y llevar las manchas contigo. Me viene a la cabeza el título de una película de Enrique Urbizu, La vida mancha. ¿Por qué no manchar el cine?

Tal vez sin darme cuenta lo que la hoja y yo hemos conseguido en estos años es que esa frase adopte un punto de vista, aceptarlo y defenderlo además, tomar partido. Quizá la pintura se desparrame pero quien coge el pincel también debe asumir las consecuencias de ensuciar el suelo. Ser consciente de los peligros pero no dejarse intimidar por ellos. Dejar que se transformen en algo más estimulante, aunque disparen el vértigo y regrese ese miedo infantil que no es otra cosa que una manera de protegernos.

Ahora la tienes delante, ahí está, tu propia pantalla en blanco. Ha bajado de aquel pedestal, también tú has conseguido subir unos peldaños. Ahora sí, en ese punto intermedio donde os encontráis, surge una versión mejorada de aquella frase: Todas mis historias son aun posibles.

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2 Respuestas a “Tu propia pantalla en blanco

  1. … las pantallas blancas con manchas son como los rostros con arrugas… es lo que tiene vivir y vivir… y como dices esas manchas pueden ser recuerdos y buenas lecciones o motas oscuras que también te hacen aprender y caminar… Me ha encantado la metáfora.
    No tires nunca ese papel… y, sí, creo que en cada instante son posible aún todas las historias.
    Por cierto he visto una película de Cassavettes que ahonda en el tema de las «proyecciones románticas» y te puede interesar. Se llama Así habla el amor (Minnie and Moskowitz) y hay un monólogo de Gena Rowlans increíble sobre cómo el cine ofrece una imagen del amor que luego condiciona la vida del espectador que se lo cree pues busca una idea de amor y enamoramiento que quizá no sea posible, ¿o sí?
    Besos
    Hildy

    • Lo guardaré para ver qué manchas van apareciendo en él…
      Me apunto la película, no la he visto y por lo que me has contado ya me apetece verla. Mañana hablaremos de «Antes del anochecer», dice demasiadas cosas como para no volver sobre ella. Te espero por aquí para que me cuentes tus impresiones.
      Gracias por el comentario.
      Besos,

      Andrea

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